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Foto: Alessandro Currarino / El Comercio

Poemas de Diego Otero

Publicado: 2021-12-15


                                             De: Nocturama (2009)

                    EDITADO POR ÁLBUM DEL UNIVERSO BAKTERIAL.





1991


Un chico de casaca azul corre hasta la baranda y lanza

                                                                      los binoculares al vacío.


El fondo de la escena es gris y revuelto, y jala

como un mar endiablado. Pero

no importa:

                                  toda heroicidad exige desapego

(y exige también

intensidad).


¿Y por qué has lanzado los binoculares al vacío?,

pregunta una voz

que solo existe para esa frase y se consume

como pólvora –o como cualquier otra representación de

lo rápido

y lo definitivo.


Simple, respondo (ganado por una improbable confianza,

y pese a la absurdidad

de hablarle a nadie):


Para pasar a la acción.


Tengo 18 años y no sé quién es ella, pero

acabo de comprar un par de cigarros sueltos y miro

al otro lado de la pista:


                     un Volkswagen blanco completamente cubierto

de humedad. Una chica de pelo negro

que sonríe y entrecierra los ojos como para diferenciar lo que quiere ver de

lo que no–


       Alguien podría decir

perfectamente: es el vértigo

y la promesa

de equilibrio

como la misma arena

que se escapa

entre mis puños

cerrados.


Pero te queda muy bien esa falda,

de cualquier modo.

Y si vamos al cine

podemos ver el cielo de Lima como una pantalla

                                                              así.


Y si tenemos algo a mano

podemos incluso rasgar la tela sobre la que se proyectan

                                                                     las cosas.

Y podemos incluso atravesarla.


Adentro de mí a veces transcurren fiestas y estalla un ramo

precioso

de fuegos artificiales. Te lo juro.


Y si no me crees,

amor,

recuerda que un cuchillo afilado siempre es hoja

                                                               pero es también empuñadura,

y es la sangre

que espera aún bajo la piel de la víctima.


El chico de casaca azul le da la espalda al vacío. Camina unos pasos

           sobre el extraño diseño

de las baldosas.


Los cuchillos se ocultan entre la ropa de invierno.

Los binoculares parecen un punto en el abismo.

El amor es un crimen en defensa propia.








                            1. los cuchillos se ocultan entre la ropa de invierno





Indecision blues


Ella y tú están echados en la cama, casi a oscuras.

             Ella escucha música con audífonos

y los ojos cerrados,

y se golpea con dos dedos, en el pecho,

entre las tetas,

como practicando una silenciosa percusión

                                    personal.


                          A ti te

ilumina la cara la luz de la pantalla, y en cada uno de

                                                          tus ojos

habría una tormenta

si fueras un tipo atormentado. Pero eres más bien un tipo

que teme mojarse el dedo índice con saliva

                                        y levantarlo

justo en el instante

en que todos los vientos del mundo se detienen.


Esta noche soñarás que la pantalla se apaga

gradualmente como un atardecer,

y que una mantarraya ansiosa y rápida

merodea la cama

en el cuarto inundado.


Esta noche ella también soñará

pero tú no conocerás su sueño.


                         Cada nuevo símbolo

proyecta una sombra que cubre al anterior, pensarás

                                                    medio dormido,

e imaginarás

que ella te canta al oído y te susurra, como Chrissie Hynde,

una canción que no habla

de absolutamente nada

o quizá sí.


                      –Te necesito cerca

pero te necesito lejos,

dice la letra.


Al fondo de la canción hay una puerta que se cierra

                                                   por dentro.







Oración de bar


Eso es. Quieres hacer una canción que sea escudo

y a la vez amuleto.


Porque anoche hacía demasiado calor

y algo brillaba intensamente

y desaparecía

tras nuestra usual neblina. Y yo,

                      necio,

abrí la puerta de un bar imaginando que encontraría unos labios capaces

de decirme hola, yo

voy a cerrar el abismo para que tú

no caigas–


                    o quizá lo abra, solo un poco,

para que te deslices

sin hacerte daño.


Pero adentro todos estaban vestidos de esquimales

y miraban hacia la puerta

como si miraran la escena de un crimen

en otro planeta:

unos sauces enormes, un viento

desordenado,

una piscina vacía.


                        Una vez, hace tiempo,

alguien me dijo que prefería recibir un puñete o un botellazo a regresar a casa

sin haber experimentado aunque sea una mínima

transformación.


                          Desde entonces,

cada vez que salgo empuño un paraguas en

la ciudad sin lluvia,

digamos,

y espero que ese mismo viento desordenado

se vuelva extrañamente

poderoso y

me lleve consigo

                             y me aleje a través de la neblina.

Lejos de los bares,


por favor–


             lejos de los labios y del ansia.









                                       2. inconstancy




Este poema transcurre al interior de un juzgado estadounidense. Dos personas –llamadas aquí La amante y El amigo– testifican ante un fiscal, un juez y un jurado compuesto, como es habitual, por otras nueve personas. Los fragmentos en prosa –páginas sueltas de lo que parece un diario– son, desde luego, evidencia.





1. La amante


Se llevó las manos a los oídos

y apretó los audífonos para que solo hubiera

música.


                 Y chau.

                            Ya no

lo vi más.

Tampoco creo que haya sido un mal tipo o algo así.

Cómo decirlo–

quizá solo prefería

cortar camino.


                      Ya saben, como cuando

el asesino a sueldo sueña que sus balas se convierten en hostias

                                                                  consagradas

una vez que han hecho su trabajo.


                         (El mismo asesino precavido

que limpia el silenciador

todas las noches).


A ver. Esta es una descripción del asunto,

de nuestro asunto:


            Imaginen un puente que se incendia entre dos personas.

                                    Ya.

Ahora imaginen

que incluso las palabras que lo transitan

están en llamas

y saltan.


                          Pero cortaba camino, como

                                               decía.


Sus canciones no eran precisamente

sentimentales–

hablaban de los ruegos

de la piel.





2. El amigo


Es cierto. En Inconstancy

teníamos una especie de manifiesto:


se trataba de hacer música

como si se hicieran armas.


Pero decir armas era como decir labios.


                        Y los labios siempre son, como todos

sabemos,

negocio del vocalista.


          Una vez, de la nada, empezó a hablar

imitando

lo que según él era la voz de un iluminado,

aunque ahora la recuerdo

más bien

como la de un zombie.


                              Antes de que se inventaran

las grabaciones de audio,

dijo,

muy serio,

antes incluso

de que existiera la escritura,

el único recipiente de la música

eran las personas–


                                     ¿Se imaginan

el asesinato de un compositor

en esas circunstancias?, ¿se imaginan

                                          el fade

de su ritmo cardíaco, y el charco de sangre

y el desconcierto?






Día 1

Nueve horas de vuelo con escala y transbordo. Pocas veces en mi vida me he sentido tan cansado. El cansancio lo empuja todo hacia la piel; vuelve irritantes las voces de la gente, los bordes de los objetos, el transcurso del tiempo. (¿También habrá jet lag en los viajes parapsicológicos?). En fin. Entré al departamento a las cinco y salí a las siete y media. No podría decir que era un lugar frío, pero en una primera mirada no encontré marcas verdaderamente personales: había una especie de inquietante pudor en la decoración. Una frase cruzó la entrevista como una anguila eléctrica: si alguien te suplanta y lo hace mejor que tú, ¿no tiene derecho a ocupar tu lugar?





3. La amante


Esa vez se despertó con el pelo revuelto como el de

                                                                         un loco.

Me miró y me dijo:


         soñé con una escena de vidrio.


Una escena

en la que todo se repite

y se vuelve de vidrio,


y cuando el viento se presenta todavía en estado puro

las hojas de vidrio

de los árboles de vidrio

entrechocan y se astillan

y no llegan a

quebrarse–


y hay una especie de belleza ahí,

en esa consistente

fragilidad.


Lo único malo es que tu primera lágrima de vidrio

brota

inevitablemente

y te corta el ojo


y yo veo

–así lo dijo, con énfasis–

el modo en que la sangre cae por tu cara

como un brochazo.





4. El amigo


Una noche, cuando ya solo quedábamos

él y yo en la sala de ensayo,

me dijo que se había topado en la esquina

con un poeta

asombrosamente feo.

                                         Un poeta

que en ciertos ángulos parecía tener seis bocas.


                            Lo más curioso era que todas esas bocas iban

recitando

un poema hermoso

a la vez.


                         (En realidad todas

menos una,

que permanecía en silencio

como la boca de los sacerdotes

durante la confesión).


                                      Pero la impresión

fue más memorable que el poema.

Notablemente. Y

lo olvidé.





5. La amante


Como cuando algo que es frágil y valioso

se te está cayendo de las manos


                                        y sabes

que si lo sujetas con fuerza

se puede quebrar,


pero igual, por la desesperación ante

la caída,

terminas sujetándolo con fuerza de todas maneras–

                        Y el objeto

efectivamente

acaba rompiéndose

entre tus manos.


                              Así me sujetaba él.

                    Así lo sujetaba yo.






Día 4

Estaba en un auto, sentado atrás. Íbamos parejo a noventa en lo que en mi sueño era una típica carretera del centro de Estados Unidos. Íbamos siguiendo al bus. A la izquierda, en un letrero azul de esos que por momentos ciegan con el sol, se leía el nombre de un pueblo que ya no recuerdo. De pronto, justo cuando el calor y la monotonía del paisaje empezaban a cerrarme los ojos, el conductor pisó el freno como si hubiera visto a Cristo parado en el medio de la pista. Y antes de que yo pudiera reaccionar el auto ya estaba retrocediendo: en una carretera, con el acelerador al tope. Ahí, en los anteojos oscuros del conductor, que miraba la luna trasera con el torso casi completamente volteado y una expresión imperturbable, neutra, me vi reflejado, y mi cara era idéntica a la suya, pero en pánico.



Día 4 (más tarde)

¿Acaso alguien aquí actúa como si los logros del otro amenazaran el espacio de los logros de uno?





6. El amigo


            Supongo que éramos, como se ha dicho, una

banda de mediano alcance.


                                  Tampoco yo encuentro mejor forma de

calificarnos.


                      Digamos que la conferencia de prensa

se transmitía generalmente desde el infierno

–un infierno de asientos descosidos,

                         un infierno

de alfombras manchadas, un infierno de

temblores y agitaciones

disimuladas–

y que a la hora del concierto

todos los bomberos colgaban del cuello como adornos de navidad

               en los árboles de un bosque carbonizado.





7. La amante


Pedí las llaves de la casa y la revisé con una minuciosidad

capaz de imponerse

a la desesperación.


                        No quiero decir

que haya estado desesperada–


o sí, si lo prefieren. Igual no me

avergüenza.


No encontré nada suyo. Era

como si hubiera regresado, en silencio, tras los pasos

de todas las veces que entró a

mi departamento, que jugó con la máscara africana,

que se quitó la ropa frente al espejo,

sin apuro,

y que me penetró.


                         Como si hubiera

regresado a llevárselo todo.


                                                 Ah, bueno,

vi las páginas discontinuas

de lo que parecía un diario.

Imagino que

eso tendría algo que ver con el supuesto periodista

                                                            sudamericano.

No lo sé.


                         Cuando me fui me di cuenta

de que no se puede mirar demasiado tiempo a las esquinas

de las habitaciones–


          tarde o temprano

aparece una araña y nos hace un lento y silencioso

                                                                           adiós

con alguna de sus extremidades.





8. El amigo


Y con los dedos índice y medio separó las costillas de la persiana

para ver qué había más allá

de su conciencia.


                         Es decir, el paisaje

era evidentemente una calle más o menos turbia,

pero en ese breve momento,

en esos dos o tres minutos,

algo se suspendió

y supimos que el perfil de esos edificios envejecidos, y esos

rayos de sol que parecían abrir

grietas

en la clandestinidad,

hablaban de su vida mejor que cualquier

                                     canción,

o cualquier historia

o cualquier familiar.


Al rato volteó y moviendo los brazos

con una especie de euforia

controlada

nos dijo:

                          la Policía de la Monotonía

rodea el lugar, caballeros,

y no podemos sobornar a nadie ofreciéndole

inmortalidad.


                         ¿O en verdad creen

que existe una sola musa que no tenga, en el fondo,

vocación de fantasma?





Día 7

No sé si fue culpa mía, pero intuyo que esta segunda entrevista ha sido todo menos exitosa. Algo, igual, queda claro: las canciones pueden ser el lugar en el que uno dice todas las cosas que calló cuando lo humillaron. Las cosas que calló porque se ofuscó, porque se sintió menos, porque tuvo miedo. Pero si las canciones son esa especie de lugar de revancha –no entiendo por qué no hice la pregunta en su momento–, ¿no son también una escenificación pública y periódica de la afrenta?





9. La amante


A todo el mundo le decía que la primera vez que me vio,

                                       me vio bailando.


Nos quedamos horas esa noche.

Se dio cuenta

de la cicatriz que tengo en el ojo

y me dijo que parecía

una chica serena.


Dos meses después

ocurrió la primera discusión.

                        Y tuve que llevarme el dedo índice

a ese lugar

entre las piernas

para no tener que llevarlo

al gatillo.


               A partir de entonces prefiero dejarle a otro

los trabajos

de magia:

Alguien siempre dispara la palabra

bala

y tú gritas

                   No!

pero ese grito, extrañamente, no puede detener el

            argumento


–¿pero de qué argumento estamos hablando?


– y una mancha de tinta roja

empieza a descender desde uno de tus ojos,

por tu cuello,

sobre tu camisa blanca como

                  un papel.





10. El amigo


Al final uno de nosotros puso el micrófono en la calle

para que fuera la lluvia

quien cante y bese

                                      y electrocute.





Día 10

Dormí doce horas seguidas, y soñé. Dormí tan profundamente que soñé que era un rockero gringo de trayectoria ascendente, o por lo menos eso decían las revistas que se publicaban en mi sueño. Neil Young (¿o era Cohen?) me daba la mano y me pedía, casi implorando: No te olvides de incluir mi encargo en el poema. ¿De qué encargo me hablaba?, ¿de qué poema?, pensaba yo, mientras me lavaba la cara en el baño de una gasolinera. (En el sueño yo no conocía la palabra grifo). Cuando levantaba la mirada veía que tenía la cara de un tipo de ochenta y que alguien a mis espaldas escribía en la puerta del baño:

no solo no hay tiempo que perder, tampoco

              hay tiempo

que ganar.

Y estas palabras permanecerán aquí incluso cuando tu sueño termine.










Diego Otero. (Lima, 1973) Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Lima, llevó cursos de literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha participado como coguionista y codirector de un cortometraje cinematográfico. Se desempeñó como redactor y editor en el suplemento dominical de El Comercio y fue jefe de práctica en el curso Expresión Escrita, en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Lima. Ha publicado los libros de poemas Cinema fulgor (1998), Temporal (2005), Nocturama (2009), El Califato de Lima (2021) y la novela Días laborables (2018).


Escrito por

Willy Gómez Migliaro

Willy Gómez Migliaro (Lima, 1968) Poeta, profesor de literatura y escritura creativa, asesor literario y corrector de estilo.


Publicado en

Poesía

Poesía en lengua española