Poemas de Claudia SCadena
JUEVES
La mañana debe seguir gris;
el té, guardado en su tibieza,
es lo único que flota en la cocina.
Cuesta mucho levantarse
cuando la vida es una piedra
sin esquinas afiladas a las cuales asirnos.
Cuesta tanto despertar
de un sueño que nos lleva
a un lugar menos miserable que la existencia.
El aire debe permanecer gris,
tan irrespirable, tan ajeno a nosotros
como una canción perdida en la cabeza.
Como cada jueves por la mañana
me preparo un té,
una nube tibia de especias atraviesa mi cuarto,
cambia de lugar y continúa extendiéndose,
amenazante,
justo como la mañana.
DÍA HÁBIL
Un día dejé la estufa encendida,
a la manera de Plath,
fue un gran absurdo desperdiciar el gas,
tan preciado en el mundo,
y yo, con tan pocas monedas en los bolsillos como anhelos.
Otro día contemplé mi gran caída desde un puente,
pensé en el ruido de mis huesos,
pero temí, sobre todo,
causar un gran escándalo,
demasiado ruido para mí.
En otra ocasión,
como esos deseos de película ante fuentes claras y brillantes,
tomé muchas pastillas de un frasco pequeño y reluciente,
eran para la presión y no sucedió nada memorable
más que un vómito acuoso sobre el piso reluciente de la habitación.
El último día,
siempre hay un último,
comencé a trabajar de 11 am a 9 pm,
un suicidio ejemplar,
sin estertores o manchas para arruinar un bello paisaje.
ESQUIRLAS
tus manos
supieron abrir la noche
mostrándome las estrellas
supieron calentar la nieve
tocando sólo las ventanas
supieron
sabrán
abrirme la tierra
arrancando la flor
Clarisse Nicoïdski
Una grieta crece desde mi tobillo izquierdo hasta la sien,
creí que no me rompería más,
que el dolor disminuiría, madre;
voy coleccionando cicatrices que no quiero soltar.
Caminamos juntas,
los baches hieren nuestros pies,
descubrimos afiladas esquirlas
que llevamos cosidas a los huesos.
Formas veredas con las piedras
que te han endurecido la piel, madre,
cortas espinas a los tallos de las flores;
allanas mi camino con tu jardín de lavandas y orquídeas:
manto suave y mullido.
Nuestros pequeños infiernos se incendian,
cosecha boreal de cuchillas bordean nuestros labios;
en la maraña que crece en mis pulmones
quizá encontremos los hilos que nos unen.
En la maraña que crece entre mis pulmones
las palabras se tropiezan y hieren,
trastabillan, se ocultan punzantes,
parvada de cardenales que revolotean.
Guarda las lágrimas, dices,
cualquier sitio es bueno,
esconde la tristeza del otro lado del sol
para tejerla con los dedos.
En las mañanas más brillantes bebemos café,
oscuro como nuestros ojos,
las puntas de las madejas se enredan
en nuestros cabellos quebradizos,
urdimbre de lana y ceniza;
vamos desenredando nuestros ovillos a la par.
Y vamos tejiendo nuestro camino,
cargamos nuestros hilos,
los cortamos y desenredamos,
los enterramos en la humedad de la tierra
para destejernos poco a poco en el mundo.
MARGEN
Edificar un puente
para llegar a algún lugar,
tomar el café de la medianoche,
contemplar la decadencia
a una distancia prudente,
mirar mi casa,
extrañarla,
junto a la tibieza de la gata
y la gotera que está sobre mi cama.
Construir un puente y llenarlo de macetas
para recordar el camino de regreso,
llevar conmigo la raíz de la albahaca,
la cacerola despostillada,
hogar del pachycereus marginatus,
llorar algunas lágrimas falsas
al extrañar la tierra de mi patio,
las plantas,
el cielo mohoso,
la calma de la madrugada.
Sentarme a la orilla del puente
para mirar el infinito,
creer que es necesario viajar para añorar la patria,
pensar en el concepto de patria,
en los vínculos afectivos,
creo que es mejor despatriarse
y dedicarse a regar las plantas.
INCENDIO
Un hedor de grietas sacude al silencio.
Contra el único muro en pie se estrella un ave.
La huella de su sangre —bermejo hilo histórico —
es emblema de devoción.
Rocío Cerón
Quemar un cuerpo tres veces:
sobre la sombra,
junto a un puente,
bajo el sol de mediodía,
como quien toma un paseo para fotografiar el paisaje.
Violar un cuerpo tres veces:
dejar una estela infecta,
un profundo olor a hierro
que se deshace bajo el vuelo de los insectos.
Seguir el camino,
volver al trabajo en traje gris y sonrisa,
pancarta de las buenas familias;
continuar con la caminata cotidiana,
bajo días azules y esplendorosos.
Dejar que la lluvia se lleve todo;
borradura que permea la memoria.
Un cuerpo, objeto y trazo inconcluso,
atraviesa nubes altas y transparentes,
un charco sucio de agua,
la flor salvaje en la carretera.
Un cuerpo,
este cuerpo inerte camina a casa.
CYTOTEC
El último sonido en la pantalla
se fue hace mucho tiempo.
Una pastilla redonda y blanca sobre mi lengua:
“Es algo de cinco minutos”, dijo el doctor.
Cinco camas
cinco mujeres
cinco gritos
No estuviste ahí para guardar mi aliento.
Un coágulo sobre el sucio azulejo;
un círculo me quemaba la boca,
dolor y temblor en uñas y dientes.
Hay otras formas de conocer el paraíso.
Seis semanas fueron suficientes
para que te soltaras de mí.
Claudia Magdalena Sánchez Cadena (Morelos, México, 1982). Estudió Letras Hispánicas en la UAEM. Ha colaborado en las revistas electrónicas Monolito, Liebre de Fuego, La rabia del Axolotl, Tercera Vía y en La raza cómica, también en el suplemento cultural La Jornada Semanal, en la revista cartonera PUF! y en el fanzine Cracken. Autora de Reconstrucción (Ediciones Simiente, 2014), Árbol de jilgueros, (Colección Galaxias, FEDEM, 2018), y de Agapantos (Mantra Ediciones, 2019).