Poemas de Melissa del Mar
Delenguasvivas
Se oyó de noche
a la casa desamparada que no se habita,
morada para la salvación de almas.
Era la escucha florida, el aliento de un dios
que aún no ha sido nombrado,
pero que desde años ayer se siente.
Flores carnales provocan cantos llanos,
hundidos como la sepultura del tiempo,
cuando el sol, que vino de otra parte, se queda
a dejar memoria de sí, ofrenda
para el Mar que nace.
Truena el hilo,
llora la tarde
y caminos vírgenes se forman;
ya vendrá el guijarro a señalar el cierzo
que habrá de parir nuestro encuentro.
Entonces,
se hinchan los carrillos, se adornan las narices, se echan suertes
y sacrifican labios.
Así, brota la historia antigua tejida con todos los cantos
que se conciben ahora en tu vientre, palabra preñada,
sonar de lo que se huella.
Ya la leña verde cruje cuando le echan fuego y no quiere arder,
cuando quien da voces, nos llama
en ecos risueños de una habitación vacía.
Nuestro suelo no nació en la tierra,
hoy en remansos
lo sabemos:
su voz, la nuestra, es el ruido del chorro de agua
que cae sobre otro.
Somos agua,
como la lengua,
fluyendo y viva.
Serinú
Semilla de agua, cuenca de origen donde creció el fresno que bifurcó a
los senderos.
En tus entrañas de bosque hundido,
se gestaron y corrieron tus hijas todas,
doradas milpas,
te llamaban patria,
madre,
suya,
nuestra.
A través de la espuma que fluye hereditaria,
gacelas entre tus montes
otoñaron el color del mediodía
y danzaron los tallos en tus paredes de tierra blanda;
solo en cosecha lenta brotaron.
Deviniste en la luz cuya sombra ladeaba
y, sin hacerlo, te concibieron quienes te encontraron manantial,
sin saberte morada.
Fue su malahierba la que te plagó
hasta hermanarte con el polvo,
que, como tú, también permanece hito.
Placenta de la palabra oculta,
lengualeche, cultivo de agua serrana
que se contuvo hasta fluir serpiente
y al final de la senda, la zarza ardiendo,
el fuego que siempre fuiste.
Navegando en el temblor lejano de tus pupilas,
entiendo que mi fe nació en tu vientre
y escurrió hasta mi mano que te acoge hoy
sabiéndote mañana conjurada.
Lo presagió la corteza del álamo que escribe al viento:
Aprender (te)
Impo (ner) te
Conocer (te)
Ahora, evocas marchita el pasado que
amarilla
pintó la espiral que solo tú transitaste
y te deshaces en mil formas que somos,
dejando de ser por
quienes, al tercer día,
tomaron tus hebras y con ellas celebraron el hueco dentro de la gruta,
creyéndola grieta que se vacía y seca ante la lumbre.
Pero es tu cueva, bulbo de ébano,
donde yacen los brotes verdes que revientan pastizales
besando el futuro de la boca sedienta.
De tu aliento
nacieron todos los serinúes
y el camino de las huellas que ya el agua borró.
Porque sus plantas marcaron tu orilla,
y, sin embargo,
ahora que la recorro, solo a ti te encuentro,
volviéndote el centro y la periferia,
el origen donde la tierra es roja
y te nombras abismo que crece hacia adentro,
donde eres todo cuanto ha sido.
Nos interrumpe el susurro del Mar
que se escucha ya reclamar en estruendos
y hojarasca en llamas,
que nacerás de nuevo,
para iluminar lo que permanecía oculto
y te veremos por lo que siempre has sido:
Dadora de la palabra,
creadora de quienes te sepultaron,
pensándote tardía sin saber que,
como la piedra,
resistirás para surgir de nuevo en ti,
siendo otra agua la que fluye en el río,
y, a la vez, la misma.
Voces que amanecen
Lo dijeron en silencio
cuando hablaron los cerros,
apoyado en tu pecho izquierdo se escribe un árbol,
florece cuando te invoca el mediodía
seco de lágrimas
que alguien (no) se inventa.
Habitas noches donde nace el viento,
un canto escondido en hojas,
anunciado por el fuego que te cubre,
y la luz
que cuando lenguas se curva,
apostrofa tu aroma iridiscente
palpitando una tierra tomada.
Cuerpo sin forma
se traza
en donde crecen tallos de oralidad
tu muerte, que nace cuando no te escuchas,
y versado en otro glosar
tu parto.
Leerte es ver que las raíces vuelan,
todavía,
que corren los campos,
que las palabras se descubren descalzas,
que del monte brotan hablas,
todavía,
que soñaron tu nombre,
que te pronuncias a partir del sol,
que ahora confiesas la tarde,
entonces
leerte es saberse vivo,
todavía.
Atardecer de Nahuales
Te veo
en Tonanxochilco
vientre que parió a nuestras hijas por nostalgia
en la lejanía del polvo que se levanta
como queriendo que te recuerde.
En donde se decoloran las hojas ahuehuete
ahí tu eco, que como marea se extiende hasta diluirse,
es un silencio de pecho rojo presagiando tu regreso nocturno.
El recuerdo de tu paso, que tantos ignoran
en una piedra enmascarillado, espera a que abracen su cerro llano,
canícula
en el ombligo que vio
al sol nacer.
Tierra agria,
agrietada,
que a gritos exige ser reconocida,
como todas sus muertas que aún siguen sin nombre
entre jarillas y riscos,
que hoy reciben un título heredado
que todos saben otro, en donde
todavía estás.
Te siento
en madera que se alza ya
en fumarolas que imitan a las almas errantes
de esta tierra que es de paso,
las semillas que
secan rabia; en tus vísceras ya se van cocinando,
y entre el desierto que encuentro pirul,
te veo en sombras y transitas las raíces,
como te fuiste.
Cuauhxochitl, dulce enredado en tu pelo
conservado como las espinas que hoy quito de tu frente
verde llena de un fruto que se concibe rojo, protegido.
Y te desvaneces en sabores,
los de este monte oscuro al que coronaron con símbolos nonuestros,
en noches de cielo pilares de cal,
que te enchilan, te endulzan y te amargan.
Basta así para saberse viva,
saberse chile,
saberse en lenguas tonales,
saberse lenguas otras,
saberse lenguasmadre,
saberse lenguas sin palabra
saberse pulque,
saberse herida,
saberse todavía,
como tú.
Te pruebo
tierra mística, huelo en tu piel curtida de vainilla y arena seca,
el desplome de sudor y aliento.
Porque creo en ti y en lo que tu boca,
que no será mía,
predica en hablas
que con el pasar del día se van desollando
del cuerpo para erguirse libres al caer.
Con tu mano que se extiende a la mía,
que siempre lo hizo,
para escuchar,
para dar,
perfumas las horas en que intentan olvidarte,
y te metes,
dominas,
buscas,
danzas a la luna que pronto
se reflejará en lagos de sangre,
y encuentras, en el hedorincienso de flores muertas,
como tus hermanas tristes, la fuerza para quedarte de pie,
como sigues todavía.
Te respiro
cuando de las rocas salen lágrimas y se oye ya un
canto de tambor que aúlla,
que te nombra, jadeante entre silbidos
y sé cada golpe, como marea, voz que regresa.
Cada temblor que vibra como el lomo de un agravio pronto a nacer, te llama.
Las hojas que cuando hablan saben a lluvia secreta
y que entre murmullos de añil tinte
construyen un canto que
solo se antoja a Mar,
hacen que el suelo bese al pie descalzo
que reza lenguas: solo en el viento se escriben.
Y ahora que te toco,
te siento recorrer caminos en mis manos,
sigues tu travesía pisando entre mesetas de agua salada,
un hogar que en silencio fluye
escurriendo hasta regresar a las cuevas a donde pertenecen,
en donde esperando a todas tus hijas,
que en el camino alguien más encontró,
estás todavía.
Te escucho
y la tarde ya tiene los ojos de todas las madres
que ven nublado el día en el
que su pueblo atardece, que se olvida,
que se chamusca entre luces que ya no crecen,
que están ahí sin saber poner cara a los cuerpos rotos,
a los cuerpos tuyos y míos,
a los de todas,
penetrados hasta que se incendian
en los comales del yermo, y se disuelven.
Ellas,
a las que no puedo nombrar, porque ya no tienen rostro,
aguardan como Nahuales a que anochezca
para saludar a las que esperan,
a las que siguen buscando,
a las que, a pesar de saberlas
desaparecidas,
enterradas,
muertas,
entre atardeceres
te siguen creyendo viva.
Porque todavía estás.
Hoy, como entonces
Enredadera de agua habitada por la espiral
del Mar
y la sombra, tierra fértil
que es tu boca
donde la palabra vuelve a nacer.
Nos soñamos planta
para entender las hablas
que el pasto emana
cuando lo escuchamos.
Revientan de ti los tallos
que consigo trae la alborada
y nos unen a todas como tus hijas,
hermanándonos a cada brote
bulbo, campo,
semilla.
Germinamos desde la raíz del tule
y entrenzamos ramajes
para sanar nuestras herencias
hierbas, heridas y,
hoy, como entonces,
nombrarnos una
frente a la muerte que nos plaga.
Somos verbo fundacional
en tu lengua que es placenta.
Aceite fecundo de arce emanas
para darnos vida, viento
de tu vientre palabra.
Caminaremos senderos de abedul
para llegar al umbral que nos habita
y, así, embelesadas,
plantar sus recuerdos
y cubrirlos de musgo,
para evitar que
hoy, como entonces,
los pisen todos.
Nos reconocemos en tu lengualeche,
que es también
campiña, en donde,
pese a la muerte habitada en tus sustratos,
sabremos cantar otras melodías
que no sean solo para
acompañar a la tristeza.
Agradezco al néctar que de tu mano escurre,
como líquenes de miel tibia,
hilos de luz,
pues, con ella nutres a la boca de piedra.
Aminoras, espiga, en el trigal de tu verso
el desvarío de la vida que transcurre. Y,
hoy, como entonces,
tus hebras nos tejen pasado, presente.
Así, somos una en el polvo que nos recuerda,
somos todas
sobre el comal que nos reinventa.
Y, si enterrar nuestras ramas pretenden,
vaporserpiente saldrá de nuestros robles
para decir, nunca más en silencio, que
hoy, como entonces,
seguiremos brotando.
Y, si quemarnos en hogueras buscan,
arderemos en llamas que al cielo pinten,
para recordarles que nuestro incendio no se apaga con agua y
hoy, como entonces,
resistiremos.
Y si a otra de nosotras arrancarla del suelo quieren,
usaremos de lluvia al llanto de las muertas que nos han dejado,
en camposantos sembraremos
en su memoria jacarandas y
hoy, como entonces,
cada vez más fuertes,
volveremos a nacer.
Tierramadre
Entre el cobijo algodón
que es tu voz,
encuentro lo que
me hicieron olvidar.
Veo en tus remansos, brotar
el fruto en donde me vivo con el miedo
único
de no encontrar sino tu silencio.
Me sé en tu mirada,
fractal en donde existen nuestros entramados,
que saben cómo las raíces tuyas y mías
se trenzan en donde el tiempo no pasa.
Ahí en donde puedo
ser tú
al mismo tiempo que tú eres.
Tu tallo es el pecho en el que lato,
palpito al ritmo de las voces nuestras.
Te vuelves el espacio sacro
en donde la muerte se desvanece
florida; y a pesar de todo estás,
con tu calma que es marea,
calmarea,
que todo lo regresa como recuerdos de agua tibia.
Tu tronco fragmentado
en quienes te somos
irradia sueños nutridos
y nos crecemos entre tus palabras,
pronunciadas desde
el calor que fluye por tu palma que nos
entreteje.
Semilla somos una,
nacida
de ti.
Melissa del Mar. Estudia comunicación y medios digitales en el Tecnológico de Monterrey. Cuenta con un diplomado en Literaturas Mexicanas en Lenguas Indígenas (2019), por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura.
Ha sido publicada en Buenos Aires Poetry, MásCultura de Librerías Gandhi, Campos de Plumas, entre otros. Es jefa de comunicación y difusión de Cardenal, Revista Literaria, directora de arte y cultura de PICO Informativo. Cuenta con una columna en Proyecto Ululayu y es fundadora del taller "Todos los nombres que soy" de escritura creativa feminista.
Ha dado conferencias en TEDx, Feria Internacional del Libro, Festival Mesoamericano de Poesía, Festival Universitario de Literatura y Artes, entre otros. Su trabajo se ha presentado en México, Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica, Italia, España, Bélgica y Estados Unidos.