Poemas de Mateo Díaz Choza
[De Libro de la enfermedad ]
APENAS DESPIERTO, el simio se ha acercado al arroyo y lo contempla: vacías
relucen las cuencas de sus ojos.
El viento bruñe el espejo desde el día del ardor, pero hasta ahora nada refleja.
La palabra se ha marchitado antes de ser pronunciada.
*
EL HERRERO ha terminado de fraguar el anillo sin reverso y se ha sentado
a contemplar la purulencia del estaño, la combustión de la pirita, el vacío inquieto
entre las flamas.
Un perro negro se esconde debajo de todos los umbrales, quizás para ahuyentar
el grito del gallo o los presagios de temblores.
El rayo ha perforado los odres colgados sobre los árboles, dejando a su paso
la imagen del patíbulo y la sangre que se cuela por el suelo.
El perro bebe la leche que nos adelgaza hasta el abismo; tiene la lengua igual
al barro que lo rodea, estéril como el azufre.
La tierra enamorada abre las piernas y padece la aguja del orgasmo; sus paredes
derruidas arrastran el diluvio donde se ahoga el nonato.
Todo cambia, salvo la obstinada quietud del río y la inminente expansión
del arenal.
¿Es esta la lluvia que todo lo lava, todo lo borra, todo lo olvida?
El hombre se ha posado sobre una colina y contempla la pendiente: cerdas
gruesas y olor a alquitrán tras sus pisadas postreras.
Ah cardo, miel, cicuta: ¿cuál es la luz, cuál la sombra?
*
CUANDO LLEGUE la hora en que la orilla abandone el litoral y atraviese todo el
páramo para cubrirnos con sus aguas, ahogaré mi voz en el estanque del silencio
y extenderé mi osamenta en una pradera de sal.
Sea entonces estandarte el que se arroja a los rieles de la locura, aquel que bebe
de un solo día el trago de lo humano; pierda el oro su valor y regrese el mineral al
socavón porque ha acudido el mercader al avellano y pende al lado de las bayas.
Llegada la hora se internará en las colinas la mujer, allí hará de su vientre un
templo y un remanso crecerá de su sed de donde abrevarán el piojo, la corneja
y el príncipe aquel día en que descubra el rostro amargo de los infelices.
Habrá amanecido Troya cubierta de cerezos asentados sobre las cenizas
de la noche del incendio; entonces se verá el primer hombre fuera de los muros
del lenguaje, vueltos uno el barro que lo nace y la arcilla de sus manos,
e inútiles por siempre enterraremos las palabras.
Pero hoy cae sobre nosotros el peso de la era, la ventisca levanta el vuelo hacia
la estación violenta y encuentra solaz el caminante en la canción del ruiseñor.
[ De Av. Palomo ]
El Agustino
Porque cuando vi por vez primera
tu nombre inscrito en un cerro
volví a escuchar la voz insistente
que me decía y preguntaba
¿qué haces acá?
incesante entre vanos murmullos
oscura luz anegando mi rostro
en el latido de la experiencia
a decir verdad
la misma voz
que silencia la sed de mis ojos
cuando el cielo nombrado descubre
sus vestigios de barro y esteras
paisaje incinerado en la mirada
develamiento tenue que proclama
la orfandad más pura
entonces recuerdo tu nombre
inscrito en ese cerro
y totalmente ebrio quiero
abrazar tus letras y tu regazo
con todas las vísceras
vueltas hacia afuera
Canto final – Landó
Y la madrugada estalló
como una estatua
y era el festín de los cuerpos hacia afuera
de la sangre que discurre dando vueltas
cuando el barro de las piernas se derrite
y los pasos son más cortos y apurados
era la tierra que invadía las azoteas
era el cuerpo nuevamente estremecido
era tu llegada que abrasaba como un tambor
como un tambor landó landó
venías ataviada del tiempo dividido
tus espejos eran los cuchillos con que mirabas
donde el cuerpo siempre fragmentado
se reflejaba en el cadáver que nos iguala
pero venías ataviada del tiempo que se iba
en una distancia que nos crecía como las uñas y la muerte
venías y para serte tenía que anegarme en el río oscuro
y doloroso de las líneas que se escriben
porque cuando venías
ya no quedaba nada de mi cuerpo
ni de mi voz extraviada en la chilla de la muerte
expulsado para siempre del abrigo del silencio
condenado al asalto de los signos sucesivos
solamente una mirada despedazada
que cargaba sus andrajos como pasos perdidos
porque cuando viniste como una ofrenda
una promesa de tiempo y muerte
te quise más que mis ojos
y mi mundo
mi insuficiente mundo
ardió esplendido
abrasado por la tierra
[ Inéditos ]
así la trayectoria que dibuja la quilla a lo largo de las aguas oceánicas & así púa
del arado aguja del compás la trayectoria en los ojos de
una muchacha sentada en la popa los pies descalzos la fiebre en el cuerpo
acariciado por el viento de la corriente de humboldt
mirando las costuras del océano desde antes que los marinos inicien sus labores
un espejo dirías el mar que nadie ve salvo el abismo
de tus pupilas un tren atravesando los rieles congelados de la cordillera en tu
retina un pasadizo sombrío en el que escuchas las voces familiares de los italianos
desde el cuenco del oído mientras oyes valparaíso coquimbo nombres nuevos que
nada te dicen y te preguntas cuándo acabará este mecerse sobre las olas algún día
habrás de comprender lo que esconde esa línea en el océano pero ahora el sol
matinal entibia tu cuerpo la fauna marina se incorpora y nada hay que anuncie
tu oscura progenie
ningún vaticinio en las aguas ni en el cielo despejado donde cunden las gaviotas
*
una pared blanca tabula rasa espejo
velado criadero de signos cubiertos
por la baba del anacoluto anteriores al
cuchillo y su herradura donde
fermenta el germen del significado
donde arde el cigoto de la etimología
premonición de luz inminentes la
sílaba el esputo & el bacilo de koch te
has detenido extranjero ante una
pared blanca ¿ves la mosca prodigiosa
que zumba tu corona y osamenta?
perfora la placenta enfúndate el
silencio del fondo de la garganta
arranca sangrienta ahora envuelta en
llanto tu palabra
*
antes de la resurrección
del canto del gallo y el cántaro
del joque del clarear que define
las moscas las arracachas y tanto
amor que se me amapola en la
garganta antes de la hora fragante
del loche & la bendición del trigo
o la cebada cardos en las ramas
de mis dedos ortigas en el latido
de la aorta en esta hora yo
madre hija hermana envejezco
con la luz pero tu sombra
apenas tu sombra
bastaría para alumbrarme
*
Variaciones en A menor (homenaje a Jorge Eduardo Eielson)
ama la bala hasta arar abras al alba
hasta hartar a la casta salamandra
ámala llámala cátala
arma las facas aladas las bárbaras astas las arpas calladas
arrastra a las aras la rama la zarza la flama las parvas alcabalas
ármalas abrásalas trágalas
alza las anclas salva alabanzas al altamar
para andar la calzada astral ama la bala
álzala cázala dala
arranca las almas la falsa cábala sagrada
carda tanta lana brama tanta nana hasta taladrar la mañana
márcala trázala arráncala
para palpar la nada
zarpa las barcas
para saltar la alambrada
haz cantar la bala
Mateo Díaz Choza (Lima, 1989) ha publicado los poemarios Av. Palomo (Paracaídas, 2013) y Libro de la enfermedad (Paracaídas, 2015). Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y es candidato doctoral de Estudios Hispánicos en la Universidad de Brown. Poemas suyos han aparecido en Mirando sobre el heno. Muestra de poesía peruana reciente (2014) y han sido traducidos al inglés, italiano, francés y catalán. Ha publicado traducciones y ensayos sobre poesía peruana en diversos medios.