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Poemas de Ana Akamine Yamashiro

Publicado: 2020-07-26



                                            [De Los árboles una vez fueron hombres]






                                             Los árboles una vez fueron hombres






Cantar las historias de los árboles

cantar las historias oscuras al cielo que portentoso se apoya en las nubes

sin saber realmente dónde ir

deseando que las inminentes formas que socavan el pecho se eleven

ya no son los alaridos que lamen senos hambrientos

ni el vacío de su constante devenir en el juego circular de pronunciar la muerte

mirando fijamente al cielo   

intento callar con los árboles deshojando al mundo

estrujando la alquimia ensimismada de este pequeño bosque

hecho de estruendosas formas verbales

poderosos hechizos que no caben más en mi cuerpo

la pérfida naturaleza vislumbra y encanta

operaria de un placer desfasado sentido ya en los músculos

un placer que tampoco deslumbra

donde no hay insignes juegos con el alma de otros hombres

como un rayo cruza un perro y su amo sigue tras de él.









Sólo mis pasos y los árboles

de vez en cuando el sonido de un carro

el graznido de un ave

y mis blancos ojos se desbocan engullida por el sonido estival 

de la madrugada

yo respiro camino siento el frío

mientras pienso en el significado de las sombras

puño en alto culpo a la tierra pétrea

espantadas las raíces trepan troncos y ramas

pérgolas electrizando hojas recrean en la piel el césped que enverdece 

de fuego

tiemblo borbotando silencio que intercambia el eco

mi razón atada a los árboles curva la noche

viento revienta en suplicio de las hojas con sólo cerrar los ojos

oh sepultura líquida rodeada de abismos

¿por qué sujetas mis huesos con tanta fuerza?


¡Mis pasos los árboles el ave

Las caricias de las hojas en mi frente!









Purificación del cuerpo que tiembla gime ruge inhala grita

escucha el jadeo silencioso de las aves en celo la oscuridad

infantil de la tierra la plenitud surge del cuerpo

las misteriosas luces golpean la piel

las volubles manos buscan en la furia consuelo

son sus propias condiciones sobre las cuales camino

la tierra se pliega formando montañas

los árboles se marchitan o mueren

y se disuelve en el agua la sed

y el pájaro cae cántaro en el pecho

y la única luz que parpadea no detiene los autos

y el único perro ondea su cuerpo

estupor embriaguez y consuelo

bajo el canto ahíto de los pájaros sin sueño

tiemblan mis piernas y mis brazos compiten contra el furor de la madrugada

e inflaman la materia del ser

es el gozo huyendo del cautiverio

y las voces las plegarias elevadas

¡qué hacen las plegarias elevadas!










Los árboles están muertos

su existencia la absorben mis ojos

callan cómplices del abismo

siento adormecer las ramas secas

homúnculos desorbitan mi rostro

sombras que no están solas

pulverizan el silencio

y ya no sé si son gritos o susurros

ignoran todo cuanto enciende el aire

've al mar y asciende'

no será sencillo andar entre los árboles

ni perderme como siempre entre troncos ancestrales










Me rodean luces artificiales

los caminantes andan preocupados por sí mismos

sujetos pensados por mi consciencia

troncos rasgados desde mi intimidad

entre estrellas que hieren las pupilas gastadas

ellos caen como relojes

y las luces se apagan

y quedo yo cansinamente

en el camino serpenteante

viendo cómo los árboles mueren










                                              Las piedras y los hombres 






En mi locura la hazaña es ser tiempo

espiritualidad venosa o danza chamánica

soy un rito en exceso manantial puro que bulle

a mi paso piedras aterradas convulsionan

crueldad que doblega sus pieles de sangre

la tierra se rebela en polvo

grito adolorido de la fuerza de mi danza

giro mi cuerpo y esquirlas de fuego se desprenden del aire

magia pura o manantial en éxtasis

cantos de tormenta golpean mi piel tambor no escarmienta la noche

confidente de una espiritualidad ardorosa asciende

‘los hombres una vez fueron piedras y las piedras son hombres’









Por fractales pasos

hasta la rutina del cielo abanicando estrellas

cuestiono el actuar de la luna que no doblega árboles

quietud arruina mi locura

inmovilidad aplaca párpados furiosos y la sed bordea mis pisadas

me aterra cuando el cuerpo despierta o los ojos se abren

y la fronda transgrede la norma donde el cuerpo es primero que el alma

simpleza acaricia el sueño

dejando una estela de pasos

una estela rocosa con huellas de sangre





 




                                                            Por el camino





Cuando te miras al espejo

y volteas y no hay nadie

y la dulzura

se vuelve terror como si fueras un niño perdido y solo

entonces

la furia inunda las manos de espejo

consciente no se puede soñar con pájaros sin someterse al cuerpo

pavor me convierte en esquirlas de sueño

voz espera ser grito desatando misterio

como paloma muerta entre la hierba

las plumas desperdigadas revelan la crudeza de la cama

cuando el insomnio nos hace eternos

¿los hombres qué saben del tiempo?

y yo transformada en mil ojos mil oídos mil narices mil bocas

pienso en lo que nos dijeron los ancestros

'no consentiremos tus deseos'









Atraparía al sueño de tenerlo a la mano

a estocadas hincándose al natural cerrar de los párpados almidonados

sin la calma que propicia el café qué serían de mis ojos

apuesto un insecto inveterado sobre piernas lánguidas 

en una oquedad acuosa

apuesto metales filosos sobre curvas gelatinosas

apuesto que no sé

cómo sería la calma sin la razón que me acompaña

sin las revoluciones corticales

o el recuerdo de la necesidad de ser un ser parlante

qué sería de mí si atrapara el sueño

y al devorarlo descubrir sangre










Cuando la espada escapa del fuego

elucubro la noche

lucidez se extiende hasta donde la vista alcanza

éramos tres en la orilla

espantados cuando el mar sobrepasa las dimensiones del aire

ellos se metieron en sus brazos traicioneros bajo una luna imaginada

y sus voces confundidas con las del océano me invocaban

el mar es lánguido y la arena arde

rito que exige ser cuerpo solemnidad gozosa sin tiempo

ser amor de nuevo

aquél engulle como exquisita sombra a la playa









Escapo al sur de madrugada

cojo el auto de mi hermana y despotrico a velocidad hacia la playa

la carretera luce desierta en la noche

no hay nada más determinación y fe

a mi derecha está el mar

el vértigo de su oscuridad e infinitud confunde mi vehemencia camino al cielo

la humedad nocturna acaricia mis sienes y refresca mis pulmones

sale sangre por la nariz las violentas luces de otros autos lastiman

me desdoblo fuera de mí veo a la loca

sobre el teclado duerme y sueña









Venir de parajes helados sentir lo alto del durmiente

la espalda con bridas la cenicienta espalda

rítmico juego de sentidos cuestionados por la falsa actitud

de su fálica escarcha

y los labios sean azules y el cielo negro

ilumina la oscuridad viene del espanto

se posa sobre mi piel y su cuerpo castrado.










Baila y su fulgor sencillo

arde hiela sulfura íntimas sustancias corporales

me alejo y pienso no hay árbol más tierno

el testigo de mi ausencia y de mis viajes

elucubra mis temblores

cuya pasividad calma duele hasta las entrañas

yo le he visto me pregunto si alguien le habrá mirado

sosteniendo esta tarde rayos cuarteados nubes celestes

inconclusas espantan

y a mi ser

que descorporizado vaga en el aire.









La calidez que reverbera

y expresan los santos

directora del tiempo y de mi cuerpo

¡yo ansío su muerte!

¡la cornada del toro!

¡la desfiguración del veneno!

pero sigo mirando y ella danzando

sus movimientos

perpetúan heridas en mis manos









No es aquello que escuchando bellamente baila

sino aquello que es silencio

escucha perenne y calla

discernir entre atardeceres blancos

arcanas luces invernales

cuántas hojas cascadas

son más bellas que la figura que bajo el pórtico baila

tiemblo opacada por el árbol muerto








Ana Akamine Yamashiro. Lima 1979. Mención honrosa en El cuento de las 1000 palabras 2015 organizado por la revista Caretas. Ganadora del VI Concurso nacional de poesía de mujeres premio Scriptura 2017. Ha publicado su primer poemario “Los árboles una vez fueron hombres”.


Escrito por

Willy Gómez Migliaro

Willy Gómez Migliaro (Lima, 1968) Poeta, profesor de literatura y escritura creativa, asesor literario y corrector de estilo.


Publicado en

Poesía

Poesía en lengua española