Poemas de Ana Akamine Yamashiro
[De Los árboles una vez fueron hombres]
Los árboles una vez fueron hombres
Cantar las historias de los árboles
cantar las historias oscuras al cielo que portentoso se apoya en las nubes
sin saber realmente dónde ir
deseando que las inminentes formas que socavan el pecho se eleven
ya no son los alaridos que lamen senos hambrientos
ni el vacío de su constante devenir en el juego circular de pronunciar la muerte
mirando fijamente al cielo
intento callar con los árboles deshojando al mundo
estrujando la alquimia ensimismada de este pequeño bosque
hecho de estruendosas formas verbales
poderosos hechizos que no caben más en mi cuerpo
la pérfida naturaleza vislumbra y encanta
operaria de un placer desfasado sentido ya en los músculos
un placer que tampoco deslumbra
donde no hay insignes juegos con el alma de otros hombres
como un rayo cruza un perro y su amo sigue tras de él.
Sólo mis pasos y los árboles
de vez en cuando el sonido de un carro
el graznido de un ave
y mis blancos ojos se desbocan engullida por el sonido estival
de la madrugada
yo respiro camino siento el frío
mientras pienso en el significado de las sombras
puño en alto culpo a la tierra pétrea
espantadas las raíces trepan troncos y ramas
pérgolas electrizando hojas recrean en la piel el césped que enverdece
de fuego
tiemblo borbotando silencio que intercambia el eco
mi razón atada a los árboles curva la noche
viento revienta en suplicio de las hojas con sólo cerrar los ojos
oh sepultura líquida rodeada de abismos
¿por qué sujetas mis huesos con tanta fuerza?
¡Mis pasos los árboles el ave
Las caricias de las hojas en mi frente!
Purificación del cuerpo que tiembla gime ruge inhala grita
escucha el jadeo silencioso de las aves en celo la oscuridad
infantil de la tierra la plenitud surge del cuerpo
las misteriosas luces golpean la piel
las volubles manos buscan en la furia consuelo
son sus propias condiciones sobre las cuales camino
la tierra se pliega formando montañas
los árboles se marchitan o mueren
y se disuelve en el agua la sed
y el pájaro cae cántaro en el pecho
y la única luz que parpadea no detiene los autos
y el único perro ondea su cuerpo
estupor embriaguez y consuelo
bajo el canto ahíto de los pájaros sin sueño
tiemblan mis piernas y mis brazos compiten contra el furor de la madrugada
e inflaman la materia del ser
es el gozo huyendo del cautiverio
y las voces las plegarias elevadas
¡qué hacen las plegarias elevadas!
Los árboles están muertos
su existencia la absorben mis ojos
callan cómplices del abismo
siento adormecer las ramas secas
homúnculos desorbitan mi rostro
sombras que no están solas
pulverizan el silencio
y ya no sé si son gritos o susurros
ignoran todo cuanto enciende el aire
've al mar y asciende'
no será sencillo andar entre los árboles
ni perderme como siempre entre troncos ancestrales
Me rodean luces artificiales
los caminantes andan preocupados por sí mismos
sujetos pensados por mi consciencia
troncos rasgados desde mi intimidad
entre estrellas que hieren las pupilas gastadas
ellos caen como relojes
y las luces se apagan
y quedo yo cansinamente
en el camino serpenteante
viendo cómo los árboles mueren
Las piedras y los hombres
En mi locura la hazaña es ser tiempo
espiritualidad venosa o danza chamánica
soy un rito en exceso manantial puro que bulle
a mi paso piedras aterradas convulsionan
crueldad que doblega sus pieles de sangre
la tierra se rebela en polvo
grito adolorido de la fuerza de mi danza
giro mi cuerpo y esquirlas de fuego se desprenden del aire
magia pura o manantial en éxtasis
cantos de tormenta golpean mi piel tambor no escarmienta la noche
confidente de una espiritualidad ardorosa asciende
‘los hombres una vez fueron piedras y las piedras son hombres’
Por fractales pasos
hasta la rutina del cielo abanicando estrellas
cuestiono el actuar de la luna que no doblega árboles
quietud arruina mi locura
inmovilidad aplaca párpados furiosos y la sed bordea mis pisadas
me aterra cuando el cuerpo despierta o los ojos se abren
y la fronda transgrede la norma donde el cuerpo es primero que el alma
simpleza acaricia el sueño
dejando una estela de pasos
una estela rocosa con huellas de sangre
Por el camino
Cuando te miras al espejo
y volteas y no hay nadie
y la dulzura
se vuelve terror como si fueras un niño perdido y solo
entonces
la furia inunda las manos de espejo
consciente no se puede soñar con pájaros sin someterse al cuerpo
pavor me convierte en esquirlas de sueño
voz espera ser grito desatando misterio
como paloma muerta entre la hierba
las plumas desperdigadas revelan la crudeza de la cama
cuando el insomnio nos hace eternos
¿los hombres qué saben del tiempo?
y yo transformada en mil ojos mil oídos mil narices mil bocas
pienso en lo que nos dijeron los ancestros
'no consentiremos tus deseos'
Atraparía al sueño de tenerlo a la mano
a estocadas hincándose al natural cerrar de los párpados almidonados
sin la calma que propicia el café qué serían de mis ojos
apuesto un insecto inveterado sobre piernas lánguidas
en una oquedad acuosa
apuesto metales filosos sobre curvas gelatinosas
apuesto que no sé
cómo sería la calma sin la razón que me acompaña
sin las revoluciones corticales
o el recuerdo de la necesidad de ser un ser parlante
qué sería de mí si atrapara el sueño
y al devorarlo descubrir sangre
Cuando la espada escapa del fuego
elucubro la noche
lucidez se extiende hasta donde la vista alcanza
éramos tres en la orilla
espantados cuando el mar sobrepasa las dimensiones del aire
ellos se metieron en sus brazos traicioneros bajo una luna imaginada
y sus voces confundidas con las del océano me invocaban
el mar es lánguido y la arena arde
rito que exige ser cuerpo solemnidad gozosa sin tiempo
ser amor de nuevo
aquél engulle como exquisita sombra a la playa
Escapo al sur de madrugada
cojo el auto de mi hermana y despotrico a velocidad hacia la playa
la carretera luce desierta en la noche
no hay nada más determinación y fe
a mi derecha está el mar
el vértigo de su oscuridad e infinitud confunde mi vehemencia camino al cielo
la humedad nocturna acaricia mis sienes y refresca mis pulmones
sale sangre por la nariz las violentas luces de otros autos lastiman
me desdoblo fuera de mí veo a la loca
sobre el teclado duerme y sueña
Venir de parajes helados sentir lo alto del durmiente
la espalda con bridas la cenicienta espalda
rítmico juego de sentidos cuestionados por la falsa actitud
de su fálica escarcha
y los labios sean azules y el cielo negro
ilumina la oscuridad viene del espanto
se posa sobre mi piel y su cuerpo castrado.
Baila y su fulgor sencillo
arde hiela sulfura íntimas sustancias corporales
me alejo y pienso no hay árbol más tierno
el testigo de mi ausencia y de mis viajes
elucubra mis temblores
cuya pasividad calma duele hasta las entrañas
yo le he visto me pregunto si alguien le habrá mirado
sosteniendo esta tarde rayos cuarteados nubes celestes
inconclusas espantan
y a mi ser
que descorporizado vaga en el aire.
La calidez que reverbera
y expresan los santos
directora del tiempo y de mi cuerpo
¡yo ansío su muerte!
¡la cornada del toro!
¡la desfiguración del veneno!
pero sigo mirando y ella danzando
sus movimientos
perpetúan heridas en mis manos
No es aquello que escuchando bellamente baila
sino aquello que es silencio
escucha perenne y calla
discernir entre atardeceres blancos
arcanas luces invernales
cuántas hojas cascadas
son más bellas que la figura que bajo el pórtico baila
tiemblo opacada por el árbol muerto
Ana Akamine Yamashiro. Lima 1979. Mención honrosa en El cuento de las 1000 palabras 2015 organizado por la revista Caretas. Ganadora del VI Concurso nacional de poesía de mujeres premio Scriptura 2017. Ha publicado su primer poemario “Los árboles una vez fueron hombres”.