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Poemas de Lorena Huitrón Vásquez

Publicado: 2020-06-07




Teorema de Bernoulli


La marca de tintura de yodo en tu piel es un cometa, te piden que te calmes, 

los dientes hacen pasito tun tún y resuena la música en el quirófano, son un

 cometa, te sientes tan helada que ahí patina un cometa, dicen que la punción

 epidural es como el desplome de columnas en la médula espinal pero sientes 

una fragua donde arden las terminaciones nerviosas por un segundo, es un 

cometa, los doctores te piden calma, hacen preguntas distractoras mientras

 introducen más agujas y vas perdiendo la noción de su olor, son un cometa, la 

anestesia te recorre, no son como las cosquillas que te hacían tus hermanas 

hace veinte años, son un cometa, hablas sin cesar como si tuvieras varias copas 

encima y al mismo tiempo el lenguaje va cayendo y se cuelga del mecate más 

guango, es un cometa, al no sentir nada el doctor procede con el bisturí, es un 

cometa, escuchas música de los ochenta como la que tu padre pone a todo 

volumen en su auto, es un cometa, tras casi una hora empujan el estómago, 

tras escuchar el vagido te presentan a tu bebé, recuerdas que alguien te había

 dicho que también la valentía era un cometa, que parir es tener un cometa, que 

el llanto aplica el Teorema de Bernoulli, una fuerza aerodinámica que resiste 

el aire, es un cometa que vence el peso y se eleva en equilibrio, como la 

esperanza.







                                                          De Una violencia sencilla




En la primaria nos pidieron hacer una muñeca de trapo

para aprender las partes del cuerpo.


Fue nuestro acercamiento a la cirugía.


Rellené a la mía de arroz,

la vestí a cuadros con su cabello de estambre café.

Mi madre le pintó unos labios pequeños,

trazó una v invertida de nariz respingadita,

ojos almendrados y pestañas largas.


Fui cirujana al coserla con hilo rojo,

mis puntadas fueron discontinuas,

la aguja era muy gruesa,

sin punta para no pincharme y llorar.


La presenté al día siguiente,

hablé poco, volví al pupitre,

la recosté mientras el resto de mis compañeras

presentaba a sus pacientes.


En el siglo XIX a una mujer le hicieron una mastectomía sin anestesia, se

 mostró hiératica durante la cirugía y al terminar pidió disculpas, se vistió, 

lloró. De esto nada sabíamos, mucho menos que esa mujer se llamaba Alie.


Así debimos llamar a nuestras muñecas.




             La cicatriz es precisa para futuros experimentos  

             la soledad

             algún recuerdo a yodo

             excrecencia

             orín

             vómito

             nadie quiere ser el mismo

             y por eso conserva a su fenómeno,

             ya no somos los mismos por la congoja

             previa a la anestesia

             ni por el tumor, piedra, bala, niño,

             somos el domesticado con la mirada fija

             en el montaje de una violencia sencilla.

             La cicatriz es nuestro fenómeno,

             reside el Ájax de Yannis Ritsos

             con su colcha de vajilla deshecha

             y animales degollados,

             se escucha a la derecha de la escala visual analógica

             el clang clang de su escudo,

             odiando su nombre para siempre

             con quien hablar de igual a igual; — ¿existe? Sólo la muerte

             es el igual de cada uno. Lo demás en todo brillo

             improvisado,

             compromisos, pretextos, es pretender no ver.


              ni los sumerios con sus hechizos y cataplasmas

              consiguieron durante la cicatrización

              arrullar al fenómeno,

              ni en el Papiro quirúrgico de Edwin Smith

              se muestra algún plano de cómo construir su casa,

              ahí está ese Ájax dentro, cuentan que en un tipi

              porque el epitelio se restablece,

              entonces las casas deben adaptarse al tiempo de la herida,

              a ciencia cierta los pacientes no lo saben

              el hogar se adecua conforme a la complexión y gravedad

              de la cicatriz:

              móviles, de campaña, o en más tipis,

              los fenómenos son más flexibles que nosotros.









                                            De la serie Responsables 



I

Se comparte habitación. Si se quiere se despliega la cortina para asegurar 

la privacidad, pero es simbólica, aparente: el baño se comparte con otro enfermo

y sus familiares, también los olores. Se comparte una mesita donde se colocan 

los platos de las comidas, las bolsas con medicinas, artículos de baño. Se 

comparten los cuidados de las enfermeras, el diagnóstico y regaño del doctor 

en turno, la técnica para poder taparse con sábanas delgadas y cortas, saber 

que cada uno no tiene almohadas, el chisme de las visitas, el sonido al masticar

los alimentos blandos, el ruido de las sillas para acomodarse o el modo de colocar 

la cabeza sobre la cama para intentar dormir, los ronquidos. Se padece y se está 

atento al padecimiento del otro. Se convierte en convivencia.  


II

“Le dio una crisis de madrugada, se puso delicada y ya no respondió”.


Una se sienta en el piso, como si con la caída llegara un poquito más de golpe

 la tristeza. 


Hay que prepararse, avisar al resto de los familiares la noticia.


Se dividen los grupos: “los responsables” y “los que esperan”. Los primeros van 

al registro para pagar el acta de defunción, eligen agencia funeraria. Revisan 

presupuesto, “contamos con servicio de cafetería y con una pequeña habitación 

por si algún familiar necesita dormir”, saber si hay sala de velación disponible, 

elegir el féretro, pagar. Eligen cómo vestirán al difunto. 


En el pago de los trámites se va también el hambre. La espera se capitaliza.


III

Los que esperan están en casa, con el teléfono a un lado, pensando con mayor 

calma cómo vestir. La vida no es la misma aunque la noticia no escarba 

lo suficiente para considerarse plena en su dolor.


IV

En los hospitales no se espera escuchar los últimos deseos por aferrarse 

a la recuperación. Si está en casa queremos ver al enfermo en la mesa comiendo 

adobo. La ingenuidad es ese niño que se tapa los oídos para no escuchar 

el regaño.


V

El testamento muestra una desconfianza o al menos una indiferencia para con 

los herederos, los parientes próximos, la cofradía y el clero.


Los responsables se escabullen entre el dinero, libros, casa, vajillas, para nunca 

romperse.


VI

¿En qué momento podemos decir con seguridad que somos herederos 

de lo material que nos dejan los difuntos?


René Char es quien mejor responde a mi pregunta: a nuestra herencia 

no le antecede ningún testamento.









Lengua geográfica


Las lesiones benignas

aparecen espontáneas.

La parte interior de la lengua dice:

sin importar a dónde

va, se retuerce y viaja mi boca,

no lastimo a nadie,

pero entre los dientes

arden los deseos del otro.








Lorena Huitrón Vázquez (Xalapa, Veracruz, 1982). Estudió Lengua y Literatura Hispánicas. Fue beneficiaria del Programa de Estímulos a la Creación Artística en el Estado de Veracruz (PECDAV) en poesía (2009-2010) y novela (2013-2014). Sus poemas han aparecido en distintas revistas impresas y electrónicas de México, Colombia y Puerto Rico, así como en antologías. Ha publicado: Parábola del desconocido (FETA, Colección la Ceibita, 2012); Erigir una Fortaleza (Instituto Literario de Veracruz, 2013); Una violencia sencilla (Sedeculta, Instituto literario de Veracruz, 2017), libro ganador del Premio Nacional de Poesía Experimental Raúl Renán 2015; Wintu (digital, Stomias Boa, 2017); y El oficio del escarabajo (Ediciones el Humo, 2019).


Escrito por

Willy Gómez Migliaro

Willy Gómez Migliaro (Lima, 1968) Poeta, profesor de literatura y escritura creativa, asesor literario y corrector de estilo.


Publicado en

Poesía

Poesía en lengua española