#ElPerúQueQueremos

FOTOGRAFÍA: Juan Carlos "Tuga" Astudillo

Poemas de Jorge Dávila Vásquez

Publicado: 2020-04-06



                            NUEVA CANCIÓN DE EURÍDICE Y ORFEO (FRAGMENTOS)



ELLA

Átame del cabello

y de las manos,

átame,

retenme,

que en la furia

del desboque

temo perderme de ti

y perderte a nunca.


Orfeo,

amor y luz,

átame del cabello

y de las manos.



ÉL

Eurídice,

perdida para el día,

vagas entre las sombras

de la sombra.


Ay, cómo rescatarte,

si vuelvo la cabeza

ante el menor sonido.

Ay, cómo rescatarte,

si entre tantos espectros

no sé cuál es el tuyo

y mientras más desciendo

más te pierdo.




ELLA

Orfeo, amor,

mi voz descolorida

viaja como gaviota

hacia el olvido.


Orfeo, amor,

mi voz sin pertenencia

se duerme entre los granos

de la espiga.


Orfeo, amor,

mi voz inconsistente

cae al paso del lobo,

furtiva y húmeda,

la devora la tierra,

es nube luego,

y ya no resuena

a mi orden o deseo…

ni te llama.




ÉL

Detengo mi caída

asiéndome al recuerdo

de tus ojos.

¿En dónde estás amada?

¿En qué honda esfera

de tiniebla moras

o habitas en la nada?


Eurídice,

mis manos sangran,

—son la garganta abierta

del grito de mi cuerpo—,

presas en el rosal

de tu perfume.




ELLA


—Viajero,

detén tu paso un instante,

¿has visto a Orfeo?


—Viajero,

no respondes mi pregunta

porque no viste a Orfeo,

¿o acaso ni a las sombras

llega mi voz

de manso hilo de sombra?


—Espera,

no te vayas,

déjame que te diga

cómo es él,

y así, si lo encontraras,

podrías decirle

que un día te encontré.




ÉL

Buscar a Eurídice

en el infierno de todos

los días,

buscar al barquichuelo de papel,

espuma y sueño,

perdido en la corriente

de cosas ordinarias.

Buscarla entre los ruidos,

a ella, la dulce

nota única

embriagada de música.

Buscarla en los pantanos del deseo,

a ella, flor transparente

hecha de sentimientos.

Buscarla entre las horas, a ella,

el barquichuelo de instantes,

acaso náufrago

del segundo en que la carne sola

fue rosa de gritos y de arena.


Buscar a Eurídice

rastrearla en el silencio,

sabiendo que su voz

yace dormida o trémula

en un vaso vacío.

(…)





ELLA

¿Y si un día te encuentro

y no eres tú?

¿Y si un día nos vemos,

digo tímidamente,

mordiendo

sus letras,

tu nombre,

musito,

sollozo,

tartamudeo,

me ahogo en lágrimas,

y sin oírme, ni notarlo, tú

pasas,

te vas,

te pierdes,

y me quedo,

gritando sin gritar,

venas adentro: Orfeo?


¿Y si un día

te encuentro

y tu sonrisa

ya no ilumina mis ojos,

encendiendo la estrella

que antes me regalabas?

(…)





ÉL

Adiós, Eurídice.

¿Quién tendrá tu mano

mientras la mía escribe

esta palabra: adiós?

¿Qué sentirá tu cuerpo

junto al cuerpo

que ahora se enrosca

en tu carne y en tu sexo?


Se encenderán antorchas

en tus ojos

cuando él diga tu nombre,

haciéndote creer que

son estrellas

o luciérnagas?


Sabes,

el pentagrama de la tarde

recibe la golondrina

de tu recuerdo

y de nuevo

la risa de tu risa

bulle dentro de mí por un instante.


Adiós,

tu voz de nota única,

tu imagen

lúbrica,

virgen

y todo me repite

entre los ecos

y las calles desiertas

y las nítidas cúpulas

casi fosforescentes

y el juego de los niños en los patios,

adiós.


Adiós,

sólo una sinfonía de tristeza,

como el morirse de los fuegos fatuos

o la callada muerte de los manantiales.


Adiós,

si un día encuentras el rastro

de mis pasos,

no lo sigas,

vive más bien,

enamorada del amor y el aire,

vive,

olvida,

déjate amar,

sé dulce,

con la tremenda dulzura

de tus ojos, cuyo color he olvidado,

sé generosa

como la tierra,

entrégate, da,

que tu cuerpo

sepa de otras aguas

y semillas nuevas.


Adiós,

y si escuchases un día

el sonido de mi voz,

no te vuelvas,

sería inútil ya,

tal vez no encontrarías nada bueno,

aunque

en ese instante

se abrieran

recónditas ventanas

hacia inmensas llanuras

de esperanza,

el orín de sus goznes

dejaría

casi sangre en la seda

del rostro de algún ángel vecino.


Entonces,

amada inexistente ahora,

o casi,

piensa un instante

en lo que aún quede de mí

en ti

tras tanto tiempo

(será como el antiguo esbozo

de un retrato

que el tiempo no barnizó

y logró desvanecerlo,

en el lienzo

de algún remoto amor

hecho poema),

y sigue,

no te detengas,

apretando la mano

que tengas más cercana,

sigue,

vida adelante, sigue,

olvidada,

sobre todo, no te vuelvas, sigue

y

vive,

                       vive,

                                            VIVE.

1970









PEQUEÑA CANCIÓN (Extracto)


                                              En memoria de Ana María Vázquez


1 .- La rosa

Se marchitó la rosa, madre,

se ha marchitado.


Sobre la fuente quedan

solo unos pétalos.


Y náufrago el perfume

flota en el aire .


2.- El ángel

Desconcertado vuela

en torno a tu frente.


Este ángel inexperto, madre,

no conoce la muerte.


No la conoce, este ángel,

madre, y se aterra.


3.- Los peces

Recuerdos de una pesca, madre,

en un río.


Ese era un día de sol radiante, madre,

aún me quema.

Ese era un río como la infancia,

puro y lejano.


Pequeños pececillos llenan

tus manos.


Compasiva los miras, el tiempo

detenido.


¡Tantos años y peces, madre,

ay, tanta muerte!


4 .-El árbol

Partido por el rayo, madre,

recuerdo el árbol.


Y calcinado todo por dentro

solo unas pocas

hojas quemadas

nada de verde

todo ceniza.


¿Recuerdas ese árbol

que mató el rayo?


Ahora, madre

yo soy el árbol

tu muerte

el rayo

me ha calcinado

entero.


5.- Las cosas

La pequeña cadena

tus anillos

la cartera con los pocos billetes

y esa foto

en que estabas

joven

y viva.


Los remedios

una carta

una estampa

con una oración infalible

el olor de un pañuelo

un caramelo

y dos fracciones

de lotería.


Tú lo ignorabas

pero Borges dijo

que las cosas viven más

allá de nuestro olvido

y que no saben

nunca

que nos hemos ido.


Tus cosas viven

madre

inertes

no te extrañan

no saben que te has ido

o en su silente muerte

fingen que ignoran.

1993








Memoria de la poesía


Para ti, mi compañera de tantos años,

este homenaje a los poetas todos, presentes y ausentes,

este canto a la poesía, sin usura, como hubiese querido Ezra Pound.


Ella es

la rosa intacta

de Juan Ramón;

los misteriosos ángeles mudos, alicortados, tontos

de Rafael Alberti;

el grito del amante en la noche:

"te quiero más que tu padre, tu madre,

tus hermanos y todos tus vecinos juntos";

la luz del sol de Sete sobre el mar

que deslumbró a Valery;

el dolor más antiguo

de la tierra,

que sentía Dávila Andrade.


Ella es

los ojos infinitos de Homero,

mirando a través de los siglos,

pese a su ceguera;

el grafitti y el dibujo ingenuos

sobre el papel tapiz del comedor:

"emilia y sebastian isieron una estrella" ;

el barco ebrio de Rimbaud, náufrago

hacia el abismo del silencio;

la proclama de amor a la libertad

de Paul Eluard;

el arma cargada de futuro

que blandía Gabriel Celaya,

y la exhortación de Adoum:

"¡Amaos por favor, seguid amándoos

vorazmente insatisfechos por los siglos de los siglos de los siglos..!"


Ella es

la cósmica sordera de Beethoven,

que escuchó sin embargo

el paso caudaloso de los astros;

la flor que roba a los muertos un muchacho

para su niña amada;

la frase sobre Juana de Arco

inscrita en una piedra junto a la catedral de Orleans:

"La conocimos, era buena, era dulce,

ayudaba a su padre cuidando las ovejas";

el canto de patriarca de Andrade y Cordero

al río de su ciudad:

"Ave de oro, cruzada punta a punta del viento".


Ella es

el corazón, caballo desbocado y suave fruta,

de Violeta Luna,

y las remotas sirenas de Noboa y Caamaño.


Ella es

el arpa en los nervios de Ungaretti,

su alegría enferma de universo,

y la expresión gozosa de la mujer enamorada:

"feliz tu madre que te tuvo nueve meses

dentro de ella".

Y es el encaje de piedra de Chartres

elevándose hacia el cielo;

el viento del pueblo, que sopla desde el corazón

de Miguel Hernández hacia el mundo;

la palabra que le queda

a Blas de Otero después de haberlo perdido todo;

la escritura en la espuma de Escudero,

su alondra, su cántico, su pluma,

llevados al olvido por el aire.


Ella es

el silencio y la conversación entre la flor

y la raíz, escuchados por Carl Sandburg

mientras se producía

el milagro del florecer,

y es el viejo poeta -como en éxtasis- fotografiado junto

a Marilyn, la seda palpitante, la muchacha inmortal,

"Envuelta en trama de oro, finamente perfecta"

como diría Pound;

pero es asimismo abril, el mes más cruel,

engendrando lilas desde la tierra baldía de Eliot;

el clima feroz de la palabra de Fernando Artieda

y la fuerza extraña que hacía crujir

los dientes de Gangotena,

el silbido oceánico que le trizó los ojos.


Ella es

la trampa de palabras

urdida cada día por Carrera Andrade

para cazar metáforas,

y la miel que fabricó su corazón

de abeja;

la foto de la pareja campesina en el parque,

enmarcada en una flor con la leyenda

"para siempre";

el estanque del alma de Alfonso Moreno,

lleno por la mano amiga de Dios,

que le hablaba y le oía en la calma lunar;

el himno exultante de la pequeña nazarena:

"Mi alma glorifica al Señor...

porque miró la pequeñez de su esclava";

la emoción de Bach ante el Magnificat,

su cascada de música que inunda las edades;

mas también la palabra que no sabe

detenerse en la mano que escribe, lo bastante

como para ayudarla

a fijar la gracia de la idea,

tal como lo consignara Bruno Sáenz.


Ella es

ese hilo de tinta con que se ahorca

el viajero de un poema de Julio Pazos

y su jaguar que mordisquea el sol

y puede devorar las palabras;

las dos aguas de Fernando Cazón:

"la del sediento

la del ahogado";

la lágrima del primer amor sobre la almohada,

la torre única de la catedral

de Estrasburgo, plegaria de ciento

sesenta metros de piedra rosa;

la amarga certeza de morirse en París con aguacero

que sentía Vallejo, su nostalgia de la andina y dulce

Rita de junco y capulí.


Ella es la queja de alondra estremecida

de Edith Piaf,

voluta, canción, humo de cigarros y de penas,

que enhebra historias de mujeres solas,

amantes suicidas

y sombras de la calle;

la visión de Carlitos Chaplin alejándose, alejándose

por un camino sin final,

y la exultación de la joven Violaine

por Claudel - David reencarnado-:

"Oh, hermosa, entre las ramas en flor, yo te saludo".


Ella es

la ligera, la pálida, la fina Anitra

de Medardo Angel Silva,

que sigue danzando cual si una alada

esencia poseyere,

y Vatzlav Nijinsky que vuela

hasta volverse el espectro de la rosa

y Ana Pávlova que sigue muriendo como un cisne

y Camila Claudel que llora la vida entera

convertida en marmórea Danaide;

y es el iris que dejan a su paso

la mariposa de sueño de Neruda,

la libélula vaga de las vagas ilusiones de Darío

y el arroyuelo azul que corre

en la cabeza de la bella Teresa de Eduardo Carranza,

mientras a su orilla siguen tejiendo

una tela inacabable las ninfas

de Garcilaso, la fiel Penélope

y también Amaranta la de García Márquez.


Ella es

el sollozo desgarrado de Jara Idrovo

por su hijo, por su amigo, por su infancia

de niño soñador y solitario,

y es su eufórico-eufónico bramido de amor

como el de los tigres o los leones marinos;

la pasión por lo negro que mana desde el alma

de Antonio Preciado,

la flor de sangre que brota de los versos de Martí.

Y es el relicario gótico de vitrales

de la Santa Capilla,

vientre de oración que puede acunarte

eternamente.

Y el anuncio sin esperanzas del tímido

en la revista dominical:

"si estás tan sola como yo, te espero,

escríbeme, llámame...".


Y es Violeta Parra,

"torbellino de pureza original",

entrando por las ventanas de la vida

cual si fuera un querubín.

Y la canción fantasmal que suena entre las sombras

y nos recuerda a Carlota Jaramillo

y nos recuerda a nuestra madre,

tarareando mientras cosía viejas ropas,

que dentro del alma llevaba una herida,

y nos hace llorar.


Ella es

el ansia de "volver a las comunes cosas:

el pan, el agua, un cántaro, unas rosas...",

que Borges puso en boca de don Luis de Góngora.

Ella, las manos de Juana de Ibarbourou

que florecen sin fin.

Ella, las manos de Gabriela,

unidas en su ruego, como espigas de amor;

el canto apasionado de Quevedo

más allá de la muerte,

ardiente llama en el polvo enamorado,

y la esperanza puesta de puntillas

en las entrañas de Hugo Salazar.

Es la frase de basalto con que la frágil Alfonsina

creía oponerse al oscuro genio

que la desintegraba,

y la estrella dormida, sin fulgor,

que abrasó entera a Delmira Agustini.


Ella es,

según Carlos Eduardo Jaramillo,

esa noción de la felicidad que nos llega

"con la belleza triste de la música".

Y una pasión llamada García Lorca

hecha de gitanas sonámbulas,

guardias civiles borrachos,

pichones de dulces ojos y de blanda pluma,

toreros moribundos,

duendes, jardines granadinos y juegos

con flores de solteronas soñadoras.


Ella es

el ansia de ser Dios de Ana María Iza

para darnos a todos tierra y sol.

Y es el Transparente de la catedral toledana

con sus figuras que flotan en la luz

del barroco y en el espacio de la ciudad imperial.


Ella es

el soneto, lámpara de plata, que iluminó

la blanca tumba de Laura en los claustros de Aviñón

y en los versos de la Yourcenar,

y "la llama del encendido otoño"

en que arde Octavio Paz.

Y es la dulce-amarga masa

de los pasteles y los mínimos, eternos

desgarrones del alma de Emily Dickinson,

que escuchó el murmullo de las hojas

y las campanadas de los arbustos,

mientras su alma cabalgaba

el corcel ligero de las palabras

o construía praderas con un trébol,

un sueño y una abeja.


Ella es

la fuerza de titán de Miguel Ángel

pintando la Sixtina

o la de Walt Whitman proclamando

"que la muerte no existe; que si alguna vez existió

fue solo para producir la vida".

La voz de la Callas cantando Casta diva,

y el gemido de David Ledesma:

"un milagro de aquellos que conmueven

los más hondos abismos de la Tierra."


Ella es

la terrible visión que acosaba a Rilke,

y de la que él esperaba liberarse un día

para que su canto subiera hasta los ángeles propicios.

Y es la Puerta del Paraíso de Ghiberti

y la del Infierno de Rodin,

la danza macabra de Edú y la muerte,

que imaginó Rafael Díaz Icaza;

la inquebrantable esperanza de Eugenio Moreno

"porque aún estamos a tiempo de salvarnos";

la palabra que crió Euler Granda aun a riesgo

de que le sacara los ojos;

la canción enamorada que habla de la noche

durmiéndose en el pelo de la mujer amada,

y la divina ignorancia de Pessoa

que se decía bendito por todo lo que no sabía.


Ella es

el río de música estelar suave y magnánima,

que invadió el alma de Ileana Espinel;

la mujer constelación y realidad,

"con su calor y su frío diferentes"

de la que habla Fernando Balseca;

la ciudad perfecta en su desfiguración bajo la lluvia,

de Marcelo Báez;

la amada una e innúmera,

sola y universal, cuyas manos duermen

en las palabras de Jacinto Cordero;

y "la voluta verde del jazz, que siempre finge

caderas de mujer", cantada por Rubén Astudillo;

mas también la flor del mal,

con su gusto de ajenjo,

abierta en los delirios de Verlaine

y en los ojos alucinados de Baudelaire;

la agitación de centurias

en que anhelaba arder, arder Barba Jacob;

el inmenso sudario de infinito

que envolvía a Victor Hugo,

y la espina clavada en el corazón

de Antonio Machado y de Arturo Borja.

Múltiple y única, se encarna como Cristo,

en el vientre del sonido, de la piedra, del bronce,

y se hace verso, catedral, melodía.


Ella es

tan antigua como Dios: el primer poema

fue la luz ,

salida de la nada, por Su Palabra.


Ella es

la poesía,

" cosa sagrada, cual misterio

del bosque en que palpita un alma ignorada",

como escribió un poeta hoy olvidado, Armand Silvestre,

al que amaron nuestros abuelos.


Ella es

la poesía,

nace de la palabra como el día

y muere en las sombras del silencio.

Ave fénix eterna, de la ceniza surge,

vuela, se confunde con el sol y se consume en él,

mas retorna a los hombres y los ilumina.

Momentánea,

parece que se extingue,

pero renace siempre:

en el llanto del hijo, en su alegría,

en la primera, imperfecta

y balbuceante carta enamorada,

en el cuerpo junto a nuestro cuerpo,

en la mano que llega en el dolor,

en el gesto heroico y silente que cuesta la vida,

en la frase hermosa e inesperada,

en la luz, el agua, el pájaro y la rosa

que sin estar está, como dijo Dulce María Loynaz.


Ella es

la poesía,

el verbo,

y se hace carne en tantas voces diariamente

y gracias a Dios habita entre nosotros

y vemos su gloria

y aunque a veces no la recibimos,

sin embargo permanece, según Dávila Andrade,

aun en medio de la miseria, y hasta cuando tiene que inclinarse

ante el plato de azafrán de las posadas,

porque pese a ser de sombra y sueño, como diría Shakespeare,

es inmortal,

y solo se extinguirá el día en que los hombres

desaparezcamos de esta tierra,

materia prima de toda creación,

el más hermoso y cruel, el más intenso y perenne

de todos los poemas.

1999







ZAQUEO


“Hoy comeré en tu casa”,

                 te dijo.

Trepado en el árbol

creíste que pasaría sin

fijarse en tu pequeño

cuerpo de usurero.

-Baja, Zaqueo, hoy comeré

en tu casa.

Y al descender sabías

que tu antigua vida

cómoda,

rica,

hecha de los sudores

y los sueños de los pobres,

había terminado.

2007







Monet


Claude Monet atrapa el espíritu del agua,

hecho de haces de luz, lirios acuáticos,

tintes efímeros del vuelo de libélulas,

y suave hundirse en las sombras

de las ninfeas.

Lo hace milagro. Lo lega a un mañana,

en que el hombre ya solo será un nombre,

fugaz paso del ave, olvido, instante…

Y sin embargo, ¿quién dudaría del Monet eterno?

2015








REQUIEM


(Anja Harteros canta Verdi)


Después de los grandes

lamentos y gemidos,

de las plegarias desesperadas,

las trompetas que rompen los tímpanos

y las voces angustiadas del coro,

luego del temor y la resignación,

solo queda la súplica

suya hasta el último aliento:

Liberame Domine

de morte eterna

in diae illa tremenda”.

Sí, Señor Dios,

Rey de majestad tremenda,

líbrame de la muerte eterna.

Liberame.

Líbrame.

Llévame a la paz,

por el milagro de esa voz

que te implora hasta apagarse

como una lámpara,

por esa voz que parece

cargar sobre sí

todos

los pecados del mundo.

Liberame.


Luego ya todo es

rostro fatigado del director

y los solistas,

los músicos,

el coro.

Fin de la interpretación,

marea del aplauso infinito,

queda solo la imagen

del último susurro:

Liberame.

2018








SI PRONUNCIO LA PALABRA AMOR


Canto a los pájaros, la luz, el vuelo,

y a la naturaleza en su esplendor;

mas si pronuncio la palabra amor,

he cantado a todo el universo.


Hablo de la mujer y su destello,

en la vida del hombre, en su pasión;

mas si pronuncio la palabra amor,

he hablado de todo el universo.


Evoco al niño que latió en tu seno;

evoco el beso, la risa y el dolor;

mas si pronuncio la palabra amor,

he invocado todo el universo.


Digo ríos y lagos y reflejos;

digo flores y frutos y color;

mas si pronuncio la palabra amor,

he pronunciado todo el universo.


Nombro la nube, el sol, la lluvia, el viento;

nombro mares tranquilos o en furor;

mas si pronuncio la palabra amor,

he nombrado el universo entero.


Escribo sobre el agua y sus espejos,

sobre la vida, germen y calor;

mas si pronuncio la palabra amor,

he evocado todo el universo.

2019







Jorge Dávila Vázquez (Cuenca-Ecuador, 1947). Doctor en Filología por la Universidad de Cuenca, donde fue docente por 29 años. Crítico de literatura y arte. Primer recopilador y estudioso de la obra de César Dávila Andrade, 1984. Premio Nacional “Eugenio Espejo” al conjunto de su obra y a su labor difusora cultural, 2016. Obras: María Joaquina en la vida y en la muerte, Este mundo es el camino, Los tiempos del olvido, De rumores y sombras, Danza de fantasmas (narrativa); César Dávila Andrade, combate poético y suicidio (ensayo); Historias para volar, Libro de los sueños , Arte de la brevedad, Juegos de fantasía, Entre dos mundos (cuentos breves) Memoria de la poesía, Temblor de la palabra, Río de la memoria, Árbol aéreo, Personal e intransferible, Poemas cotidianos (poesía); Espejo Roto, ¡A Escena!, El barco ebrio, Sombras en el amanecer (teatro); Tres novelas juveniles: El sueño y la lluvia; Soñadora, Elena, soñadora, Árboles para soñar (2016). Tres versiones de libros de cuentos para jóvenes: Minimalia, La oveja distinta, Entrañables (2017). Columnista en diario El Mercurio de Cuenca. 


Escrito por

Willy Gómez Migliaro

Willy Gómez Migliaro (Lima, 1968) Poeta, profesor de literatura y escritura creativa, asesor literario y corrector de estilo.


Publicado en

Poesía

Poesía en lengua española