Poemas de Guadalupe Ángela
Virgen del hospital
Madre
fuera del hospital
cruza la gente con prisa
hay charcos aún de tanto julio.
Madre
fuera del hospital
venden sandalias
de tiras de cuero
que envuelven las pantorrillas.
Madre
fuera del hospital
hay un radio a todo volumen
y yo quisiera bailar.
Madre
fuera del hospital
hay un árbol en la esquina
de pétalos de papel de china.
Madre
fuera del hospital
hay una niña
que pinta sirenas
en cajitas de cartón.
Madre
fuera del hospital
bate
una mujer en su ventana
las claras levantan su espuma.
Madre
fuera del hospital
mi vecina canta
taconea sobre madera
yo escucho cada cuerda
de la jarana.
Madre
fuera del hospital
hay un hombre que busca
algo que no halla
en su sombrero.
Madre
fuera del hospital
todo está tan vivo.
El hospital
tiene un pasillo
donde tiemblo
y la cama
es una vorágine
donde todos tus hijos caemos. Ω
Virgen del testamento
¿Qué heredó de su madre?
no sus ojos
ni su cabello
ni su piel solar
pero sí hablar en voz alta
decirle al sartén
o cantarle a los cubiertos
ni sus manos
ni su baja estatura
ni su risa
pero sí la madrugada
en la ventana
tocarle a la vecina
hablarle
ni sus lunares rojos
ni su boca
ni sus pasos
ni sus colores
pero sí el vacío de la tarde
la búsqueda
el recetario
pero de frases
el cuaderno
sí, el cuaderno. Ω
Virgen de la edad
Líbranos, señor,
de encontrarnos, años después,
con nuestros grandes amores.
Cristina Peri Rossi
Cómo será mirarnos de nuevo
cuando han pasado 10 años.
Yo tengo una cesárea
una hija:
un árbol de mangos.
Murió mi hermano,
mi madre
y crecieron espinas en mi pelo.
Ya no soy la joven en bicicleta
vivo la noche dentro
uso lentes para deletrear.
Jugué a las escondidas
y nadie me rescató.
Desencantada
vivo a diario
buscando algún lápiz
o una nota en mi escritorio
que se suspenda como nube
y escribo acertijos,
a veces mi hija los responde
por casualidad.
Mi tatuaje se despinta
y pierde las formas originales
de mis viajes a solas.
He entrado a las habitaciones
equivocadas,
sólo encontré
la sombra de los amantes.
Ya no soy, Santiago,
aquella joven en bicicleta
que desafiaba los sentidos,
un hombre me atropelló
y el manubrio perdió el rumbo
y yo la confianza en los domingos.
Y aún así, quisiera que me devolvieras el mar. Ω
Virgen de los corazones
Mi corazón es una sonaja sola en la banca de un parque pero que aún se oye.
Mi corazón está colgado con alambres fuera de mí.
Mi corazón es un dibujo mal hecho.
Aún en el lugar común, mi corazón se aísla, está enterrado en la huerta.
Mi corazón es el centro de una castaña.
Mi corazón se halla bajo una teja, encima ronronea un gato blanco y negro.
Mi corazón es el pedazo de tela que no se ocupó para el vestido.
Mi corazón es un veliz sin ningún souvenir.
Mi corazón está girando en la banda del equipaje.
Mi corazón son los minutos de retraso de un avión.
Mi corazón es la grúa que se lleva mi coche, mi corazón es mi coche que se lleva la grúa.
Mi corazón es un jarro sin agua.
Mi corazón es una laguna artificial.
Mi corazón es un parabrisas empañado.
Mi corazón es una alcancía llena de papelitos.
Mi corazón es una muchacha que atraviesa una larga avenida.
Mi corazón es la joven que abre un estuche de maquillaje.
Mi corazón es una biblioteca vacía.
Mi corazón es una flor azul en un lote baldío.
Del libro: Poemario de las vírgenes. (2013) Oaxaca: Editorial A mano.
Zarpamos,
luego de haber construido
la nave durante varios meses;
avanzaba por velas
y un remo.
Emprendimos el viaje
por el río donde crecen
árboles de huesitos
que con el tiempo
se tornan corales
—muy sensibles al tacto—.
Éramos cuatro hermanos,
el destino del viaje,
la infancia.
Los cuatro queríamos saber
qué había ocurrido
por qué a cada uno
le apareció un fósil
en el pecho,
un tatuaje
que, con los años,
se imprimía
con más fuerza.
En el trayecto
nos desvío de la ruta
un hallazgo:
una perla gigante
que flotaba en el aire,
nos acercamos
para tocarla.
Las manos se mancharon
de tinta plateada
entonces recordamos
aquello que nos había salvado.
Regresamos
cada quien a su casa
con corales
que se deshicieron
en el camino.
Para Antonio
Me invitó a dar una vuelta
en su barca
de piel de perezosos
muertos de tristeza,
la barca no se movía
más que con vientos cobrizos,
no era de remos
pero de hilos
que él manipulaba
con su mano izquierda.
Íbamos muy elegantes
por casualidad,
yo de azul de existencia
él, de tierras.
Vimos la cueva
a lo lejos,
no queríamos llegar
ahí para vivir,
sino para beber
el agua que se producía,
creíamos
que nos daría la respuesta.
Yo llevaba una sombrilla gris
que devoraba
a los fantasmas
que se cruzaron
en el trayecto.
Llegamos, luego de refrescarnos
de aguas cristalinas,
le dije mi nombre: Ángela;
él no supo qué hacer
más que desvestirme.
No encontró la respuesta
en el estanque,
pero sí la leyó
donde nacían mis senos.
Yo canté melodías
antiguas
a pesar de que todos
me conocían
por mi voz de cuervo,
una voz distinta
emergía
al escuchar
la frase que él pronunció.
Después me dijo su nombre.
Dormimos
por largas horas
escuchando el goteo. Ω
Creí ser búho
acaso porque esperaba
que durmieran los niños
acaso porque esperaba
la respiración del bosque.
Creí ser búho
vestí plumas.
En el estudio coloqué un receptor
de vidrio para captar
los colores que pasaban,
habían perdido
la adherencia en las cosas.
El cristal los atraía
y descendían por un tubo
donde al mezclarse
con aceite de olivas
se volvían tinta.
En una especie de mano
metálica llegaban a la paleta
que había dispuesto en el escritorio.
Me senté y saqué la lupa
triangular
ya había varias estrellas
y capté el brillo
de la más pequeña.
En mi pecho, colgaba el violín,
de ahí provenía el movimiento del pincel.
Sé tocar música de otra manera.
Nunca fui tan bella,
pero con mis latidos hacía sonar las cuerdas.
Dibujé los pájaros
que había encontrado esa mañana,
al terminar el último trazo
salían del papel.
No niego que me daba alegría
verlos salir por las ventanas,
pero sentía el vacío
de la hoja como un arrebato.
En cuanto se acabó la tinta
terminé una golondrina
que permaneció un rato
comiendo migajas de pan
antes de partir.
Luego me quité el traje de búho
mi cuerpo volvió
a sus dimensiones de madre
alerta para llevar al día siguiente
a los niños a la escuela.
Del libro La Alquimista. (2015). Oaxaca:1450 ediciones.
En un mallón
caben todas
las posibilidades
del cuerpo.
En un cuaderno,
todas las posibilidades
del poema.
Luzco mi pelaje
presumo a las otras
gacelas que me miran
y en nuestra competencia
descubro un lente
que me enfoca:
es el cazador.
Hago la señal
y corremos
como si fuéramos
las mejores amigas.
Con la mano izquierda
calco una serpiente
entonces el aire
se vuelve agua.
Trazo una rama
con la mano derecha
y el aire
se vuelve tierra.
Esbozo un trompo
con las manos
y el aire
se vuelve patio.
Punteo un avión
con los brazos
y el aire
es aire.
Fabrico un barco de papel
y el aire
se vuelve río.
Creo un mimo
con mi cuerpo
y el aire
se vuelve calle.
Construyo una pirámide
con otros brazos y otras piernas
y el aire
se vuelve roca.
Hago de mi cuerpo
goma de mascar
y el aire se vuelve boca.
Del libro: Autorretratos de una joven bailarina. (2019). Oaxaca: 1450 ediciones.
Guadalupe Ángela, Oaxaca, 1969, cursó la Licenciatura la Enseñanza de Lenguas Extranjeras en la BUAP, la Maestría en Literatura Mexicana y el Doctorado en Estudios Críticos del Lenguaje en la UABJO. Dentro de sus publicaciones, destacan: Oaxaca, 7 poetas (2006) Almadía; Anuario de poesía, 2008, FCE, CDMX; Conchas donde guarda la jacaranda sus semillas (2009), Haikús, A lápiz (2013) ambas de Seculta, Oaxaca, México; La Alquimista, poemario basado en la obra de Remedios Varo, (2016), 1450 ediciones, Oaxaca, México, Zarpamos, antología personal, edición bilingüe, español- italiano (2018) y español-alemán, (2019), Cento Lumi, Italia; Autorretratos de una joven bailarina (2019), 1450 ediciones, Oaxaca, México. Actualmente es profesora de Literatura y Escritura Creativa en la Facultad de Idiomas de la UABJO y de forma independiente.