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Poemas de Xitlalitl Rodríguez Mendoza

Publicado: 2020-01-08



                                                            Hotel universo





                            El Gran Hotel Universo y sus torres con los relojes detenidos

                                                                     CHARLES SIMIC




Hotel Universo


Fuimos a veces.

Casi siempre llegábamos

luego del Caudillos

y su promoción de los miércoles:

tres cervezas por dieciocho pesos.


Al hotel no le han cambiado

ni una toalla.

Los pasillos, oxidados de las esquinas,

con el tapiz como pañal del tiempo

todavía amortiguan el sonido

del elevador

cuando desova pasajeros

sobre la suave espuma de la alfombra.


Pero esta vez en la habitación

no hay nadie

sólo el sarro que da calidez

a la tina

y el fiel murmullo

de la tele.


El chico habrá salido de madrugada

medio borracho y tibio todavía,

angustiado por la posibilidad de perder el camión

rumbo a Flextronics, donde cortará micas

hasta las tres de la tarde

(el mismo horario

que le prometieron a Jesucristo

y ya vimos lo que le pasó).







A Otho


Alguna que otra madrugada

los muchachos de la esquina

proyectan porno

setentero

en el costado

de la Capilla de Jesús

desde su azotea.


Uno es estudiante de cine

el otro, fotorreportero

de un periódico local.


El tono apenas perceptiblemente

amarillento de la cinta ocho milímetros

se confunde con el de la cantera.


Los pezones si acaso saltan

como frijoles mágicos

que algún transeúnte

espera recoger abajo

en su paseo milagroso.


La película es muda y dura lo que

la noche: quince o veinte minutos.

Los subtítulos reproducen

interjecciones

y el santo niño espía

desde el frontón

donde lleva siglos castigado.


La arquitectura neoclásica

da relieve a la tensión narrativa,

mientras las campanas

todavía desnudas

llaman a misa de seis.








Wishing we could elope


Tarareando una canción

cuyo sentido desconozco

recordé el nombre del grupo

que la cantaba:

Alguien aún te ama, Boris Yeltsin.


La letra, en inglés,

incluye la palabra elope.

Busqué su significado

en un pequeño diccionario que recogí

junto con una camada de libros

que mis vecinos se aventaron en la calle

durante su última gran pelea.


Del Pocket Dictionary

se desprendió una tira

de fotomatón

donde ellos aparecen

besándose y sonriendo

recién condensados por la cabina

y su penumbra

hace muchos años ya.


El caso es que elope

significa huir juntos

para casarse.








A Jon


Mi primo llegó de San Francisco al DF

a celebrar sus 31 años.


Ese día tembló.


Luego ya no supe

si los había cumplido

o si permaneció asustado

en sus 30

con una cerveza enfrente

mientras ambos buscábamos restos

de la jerga familiar

que no fueran diabetes

ni rosarios.


De lejos lo vi

articular y entender

el lenguaje universal

de la urgencia

que se usaba

para el acopio de víveres,

bajo edificios al borde del escombro.


Esa noche, con las velas

del sueño ablandadas por la luz

le alcancé un libro para intentar alejarlo

de la dureza del momento.

Después de todo es mi primito,

quería cuidar de él.


Tomó el libro y leyó

con una voz irreconocible

(después de todo ya no es un niño):


Go inside a stone…


En el desamparo de la casa

sin más electricidad

que las farolas de ambulancias

reflejadas en el techo,

temerosos

callados

y escuchando cómo es así

que el mundo

acaba


nos sentimos

al fin

en familia.









Fracasé al traducir “The Tyger” de William Blake


Mike Laure, luz que abrasas

este bosque hecho de cajas;

qué inmortales manos, qué ogros

te enchuecaron esos ojos.


En qué pozos, en qué cielos

se te moldearon los belfos.

Cuántas alas elevaron

esa garra hasta el asado.


Cuál fue el hombro, y cuál el arte

que torció tu nervio aparte.

Y al primer latido tuyo:

manos, pies ante el rasguño.


Dime qué martillo, qué ola

pudieron forjar tu cola.

Cuáles yunques, cuáles lazos

no destripan tus zarpazos.


Y a los astros volcar flechas

y agua y leche entre sus mechas:

¿Él sonrió al ver su trabajo?:

¿vaca con lengua de gato?


Mike Laure, luz de broche

en el bosque de la noche;

¿qué inmortales manos, qué hachas

te enchuecaron esas manchas?









Fracasé al traducir “Angoisse” de Stéphane Mallarmé


Afuera se levanta el camino del invierno,

lo miro subir por este estrecho espacio

de ladrillos.


Hay algo lejano en él

un material de otro tiempo

polvo de piel

relumbre de dolor lumbar

o de algún padecimiento lunático

de la época,

un sentido.


Así llega hasta esta orilla

como castillo del Loira

desmontado bloque a bloque

y erigido nuevamente

en Florida

sobre corales fosforescentes.


Se escabulle bajo la losa

aplastante del sueño sin sueños

que nunca termina de caer

y con vaho de boa

infla el dosel ignoto

del remordimiento.

Es así que el miedo me llama

y dice que moriré sola en la cama.








                                  Poemas para ser leídos fuera de Autlán


1.

En su quinto o sexto parto, tuvieron que colgar a mi Nina de una viga porque el bebé venía volteado. Alguien jalaba la soga desde el otro lado de la habitación costera, mientras ella pendía de cabeza y rezaba como San Pedro (aunque lejos de Roma) y con tres niños jugando en el corral, mientras las niñas inflaban la cocina con los breves resoplidos blancos de sus mandiles. Años después, el hijo en cuestión reataba a los suyos hasta abrirles la carne. Una vez, de la nada, ella me hizo una invitación: —Hija, ¿nos vamos a Tomatlán? —Está muy lejos, Nina —contesté. —Cabrona, pero si más lejos te has ido —replicó sonriendo con el sol en un diente.


2.

Cuando no estaban desgranando mazorcas, cuidando la leche, lavando la ropa de sus hermanos o cosiendo, mi mamá y sus hermanas a veces jugaban. Hacían muñecas con ocotes y les zurcían vestiditos con sábanas viejas. Un día se les quemó la leche por estar jugando; mi abuelo las reató tan fuerte con una soga que a mi mamá le brotaron ramos de nervios blancos de la pantorrilla.


3.

A un tío se le arrancó el dedo meñique de la mano derecha por lazar a un becerro y luego la soga se le enredó. Mi otro tío se paralizó el dedo índice de la misma mano en una circunstancia parecida. Otro murió a los nueve años cuando se cayó de un caballo y se quedó prendido de las espuelas. El animal lo arrastró hasta su casa.


4.

Mi madre no cree en los fantasmas. Un día, su hermana mayor la despertó para que fuera por la perra. Un día, a sus cinco años y con bata blanca, su hermana mayor la despertó porque la borrega balaba. Nadie podía dormir y había que trabajar, todos, desde los hermanos lechales hasta las muñecas de ocote: todos. Mi madre no cree en los fantasmas. Un día, a sus cinco años y con bata blanca, su hermana mayor la despertó y ahí va, en busca de la perra, a mitad de la luna por los lienzos de alambre y de piedra. Ella no cree en los fantasmas: fue y trajo a la perra, la amarró al sueño ovino durante el resto de luz que duró esa noche. No cree en los fantasmas porque al día siguiente se hablaba del ánima chiquita que poblaba la vereda. Por eso mi madre no cree, pero dice que si no me levanto temprano en invierno es porque el diablo atiza un fogón bajo mi cama.


5. A mi tía Tey

Hay toda una discusión en Google sobre si existe o no el término cangrena. Una de las primeras entradas asegura que esa palabra no se admite en el Scrabble. En mi casa existe. El Coromines afirma lo siguiente: “Sigüenza (1600) emplea la forma cangrena, cuyo uso reconoce [en el diccionario de] Aut. como vulgar, y hoy sigue estando muy arraigado en el vulgo […]: se debe a influjo del anticuado cangro ‘cáncer’, y variantes semejantes en los demás romances”. Mi mamá y mis tías la usan al contar la historia de su hermana Elvira, quien murió a los tres años. Neumonía. Eso se dice ahora. Antes había muerto de sabrá dios qué le habrá pasado, algo tenía en los pulmones. Al paso de los años hemos ido recogiendo palabras de aquí y allá y sacando explicaciones a la muerte de donde se pueda. El DRAE dice que cangrena está en desuso y lo correcto es gangrena. Pero no se refieren a lo mismo. En la historia de mi tía Elvi, la cangrena aparece al momento en que deben alejarse los hermanos más pequeños porque los niños no deben estar cerca de los muertos. “Mi papá la levantó en su cajita para que la viéramos de lejos”, dicen. Tenía unos ojos preciosos, las pestañas chinas, chinas. A mi mamá se le murió en los brazos, cuando acompañó a mi abuela al centro de salud y las regresaron porque no había mucho por hacer. Tomaron un taxi a la casa. Mi abuela le pidió al chofer que se detuviera en la tienda para de una vez comprar el café del funeral, café cuyo aroma la niña boquearía como último unas curvas más adelante.

En todo caso estamos frente a un fenómeno fonético llamado asimilación, en el que una consonante se sustituye por otra cercana para facilitar su pronunciación. Es un cambio por el uso que dan los hablantes. Sin embargo, por más que esta palabra se ha repetido en sobremesas y charlas bajo el naranjo, esa c nos sigue lastimando, poco a poco, nos carcome.









                                                           Pura morralla


Poemazol

Esta mañana, antes de ir al trabajo, fui a la Súper Farmacia de Dios, donde además de medicinas venden recetas. La doctora, una década menor que yo, me habla de usted pero dice que los pacientes somos como niñitos aprendiendo a caminar y eso la pone en el papel de mi madre. Me regaña porque no me gusta la fruta y me hizo recordar a María Auxiliadora, muchas gracias, bata blanca. Me dice que no debo ingerir chile, alcohol, grasa, legumbres, cucurbitáceas. Ahora me recuerda a ese escritor (¿o era una oveja?) que ya en el XIX las advertía. Me pregunta si manejo: no lo hago. Entonces, dice, no tengo nada de qué preocuparme. Mi diagnóstico es gastritis y una colitis de miedo. Eso dice: de miedo. En mi oficina me advirtieron que podrían correrme si sigo llegando tarde, pero no duermo por pensar en que otra vez me quedaré dormida y voy a retrasarme y esa angustia me quita el sueño y al día siguiente no puedo despertar, es así que llego doblada de dolor a la oficina. Tarde, doc. Ahora debo dejar de comer lo que me gusta y mantenerme sana. Salud para trabajar, salud para pagarle, salud para atender las alertas de la Organización Mundial de la Salud. Y yo lo que quisiera es que usted me ayudara a morir, doc, poco a poco, es decir, a vivir largamente, vigilarme hasta el paso angosto de una vejez con mi único objetivo profesional: no pagar renta ni cumplir un horario de oficina y así tener tiempo de ver crecer helechos que, como yo, transportan en el aire insectos metálicos de esta ciudad ya extinta. En pocas palabras, doctora, sólo quisiera morir sin preocuparme de llevar ideas con punch a la junta del siguiente lunes.





Con la papa en la boca 

En la escuela pregunté cuál era la génesis de lo que conocemos como el acento fresa. Con un evidente tono de regaño dada la informalidad, desorden, prejuicio y falta de rigor académico en el planteamiento de mi —por otro lado— muy genuina duda, se me informó que los fresas y los nacos compartimos las vocales muy abiertas. Además, se aclaró que para el grado de formación que tengo y al estudiar en una institución de élite, ya no puedo criticar a los fresas. Así inició la clase dedicada a mis privilegios, los cuales vienen de lejos y son muchos y variados. Hay gatos en el jardín de mi escuela y apenas pago siete pesos por mi peso en comida. Porque además, se dijo, formo parte de la mafia literaria. No pude evitar entonces dedicar el resto de la clase a recordar de dónde vengo, y del olor a pasto y a sopa, y del Parque Alcalde visto desde mi guardería y del Parque Alcalde visto desde mi facultad. Y por más que no quiera y que me apene y que me duela, mis privilegios me saben a oblea con vino, me saben a tejuino.







Xitlalitl Rodríguez Mendoza (Guadalajara, México, 1982). Poeta y editora. Licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara. Autora de los libros Polvo lugar (La Zonámbula, 2007), Datsun (Punto de Partida, UNAM, 2009), Catnip (Col. La Ceibita, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012) y Apache y otros poemas de vehículos autoimpulsados (Mono, Conaculta, 2013). Con el libro Jaws [Tiburón] (Mantis/Conaculta, 2015) obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2015. Ha colaborado en diferentes revistas literarias de México y del extranjero y ha sido becaria del FONCA en tres ocasiones.



Escrito por

Willy Gómez Migliaro

Willy Gómez Migliaro (Lima, 1968) Poeta, profesor de literatura y escritura creativa, asesor literario y corrector de estilo.


Publicado en

Poesía

Poesía en lengua española