Poemas de Xitlalitl Rodríguez Mendoza
Hotel universo
El Gran Hotel Universo y sus torres con los relojes detenidos
CHARLES SIMIC
Hotel Universo
Fuimos a veces.
Casi siempre llegábamos
luego del Caudillos
y su promoción de los miércoles:
tres cervezas por dieciocho pesos.
Al hotel no le han cambiado
ni una toalla.
Los pasillos, oxidados de las esquinas,
con el tapiz como pañal del tiempo
todavía amortiguan el sonido
del elevador
cuando desova pasajeros
sobre la suave espuma de la alfombra.
Pero esta vez en la habitación
no hay nadie
sólo el sarro que da calidez
a la tina
y el fiel murmullo
de la tele.
El chico habrá salido de madrugada
medio borracho y tibio todavía,
angustiado por la posibilidad de perder el camión
rumbo a Flextronics, donde cortará micas
hasta las tres de la tarde
(el mismo horario
que le prometieron a Jesucristo
y ya vimos lo que le pasó).
A Otho
Alguna que otra madrugada
los muchachos de la esquina
proyectan porno
setentero
en el costado
de la Capilla de Jesús
desde su azotea.
Uno es estudiante de cine
el otro, fotorreportero
de un periódico local.
El tono apenas perceptiblemente
amarillento de la cinta ocho milímetros
se confunde con el de la cantera.
Los pezones si acaso saltan
como frijoles mágicos
que algún transeúnte
espera recoger abajo
en su paseo milagroso.
La película es muda y dura lo que
la noche: quince o veinte minutos.
Los subtítulos reproducen
interjecciones
y el santo niño espía
desde el frontón
donde lleva siglos castigado.
La arquitectura neoclásica
da relieve a la tensión narrativa,
mientras las campanas
todavía desnudas
llaman a misa de seis.
Wishing we could elope
Tarareando una canción
cuyo sentido desconozco
recordé el nombre del grupo
que la cantaba:
Alguien aún te ama, Boris Yeltsin.
La letra, en inglés,
incluye la palabra elope.
Busqué su significado
en un pequeño diccionario que recogí
junto con una camada de libros
que mis vecinos se aventaron en la calle
durante su última gran pelea.
Del Pocket Dictionary
se desprendió una tira
de fotomatón
donde ellos aparecen
besándose y sonriendo
recién condensados por la cabina
y su penumbra
hace muchos años ya.
El caso es que elope
significa huir juntos
para casarse.
A Jon
Mi primo llegó de San Francisco al DF
a celebrar sus 31 años.
Ese día tembló.
Luego ya no supe
si los había cumplido
o si permaneció asustado
en sus 30
con una cerveza enfrente
mientras ambos buscábamos restos
de la jerga familiar
que no fueran diabetes
ni rosarios.
De lejos lo vi
articular y entender
el lenguaje universal
de la urgencia
que se usaba
para el acopio de víveres,
bajo edificios al borde del escombro.
Esa noche, con las velas
del sueño ablandadas por la luz
le alcancé un libro para intentar alejarlo
de la dureza del momento.
Después de todo es mi primito,
quería cuidar de él.
Tomó el libro y leyó
con una voz irreconocible
(después de todo ya no es un niño):
Go inside a stone…
En el desamparo de la casa
sin más electricidad
que las farolas de ambulancias
reflejadas en el techo,
temerosos
callados
y escuchando cómo es así
que el mundo
acaba
nos sentimos
al fin
en familia.
Fracasé al traducir “The Tyger” de William Blake
Mike Laure, luz que abrasas
este bosque hecho de cajas;
qué inmortales manos, qué ogros
te enchuecaron esos ojos.
En qué pozos, en qué cielos
se te moldearon los belfos.
Cuántas alas elevaron
esa garra hasta el asado.
Cuál fue el hombro, y cuál el arte
que torció tu nervio aparte.
Y al primer latido tuyo:
manos, pies ante el rasguño.
Dime qué martillo, qué ola
pudieron forjar tu cola.
Cuáles yunques, cuáles lazos
no destripan tus zarpazos.
Y a los astros volcar flechas
y agua y leche entre sus mechas:
¿Él sonrió al ver su trabajo?:
¿vaca con lengua de gato?
Mike Laure, luz de broche
en el bosque de la noche;
¿qué inmortales manos, qué hachas
te enchuecaron esas manchas?
Fracasé al traducir “Angoisse” de Stéphane Mallarmé
Afuera se levanta el camino del invierno,
lo miro subir por este estrecho espacio
de ladrillos.
Hay algo lejano en él
un material de otro tiempo
polvo de piel
relumbre de dolor lumbar
o de algún padecimiento lunático
de la época,
un sentido.
Así llega hasta esta orilla
como castillo del Loira
desmontado bloque a bloque
y erigido nuevamente
en Florida
sobre corales fosforescentes.
Se escabulle bajo la losa
aplastante del sueño sin sueños
que nunca termina de caer
y con vaho de boa
infla el dosel ignoto
del remordimiento.
Es así que el miedo me llama
y dice que moriré sola en la cama.
Poemas para ser leídos fuera de Autlán
1.
En su quinto o sexto parto, tuvieron que colgar a mi Nina de una viga porque el bebé venía volteado. Alguien jalaba la soga desde el otro lado de la habitación costera, mientras ella pendía de cabeza y rezaba como San Pedro (aunque lejos de Roma) y con tres niños jugando en el corral, mientras las niñas inflaban la cocina con los breves resoplidos blancos de sus mandiles. Años después, el hijo en cuestión reataba a los suyos hasta abrirles la carne. Una vez, de la nada, ella me hizo una invitación: —Hija, ¿nos vamos a Tomatlán? —Está muy lejos, Nina —contesté. —Cabrona, pero si más lejos te has ido —replicó sonriendo con el sol en un diente.
2.
Cuando no estaban desgranando mazorcas, cuidando la leche, lavando la ropa de sus hermanos o cosiendo, mi mamá y sus hermanas a veces jugaban. Hacían muñecas con ocotes y les zurcían vestiditos con sábanas viejas. Un día se les quemó la leche por estar jugando; mi abuelo las reató tan fuerte con una soga que a mi mamá le brotaron ramos de nervios blancos de la pantorrilla.
3.
A un tío se le arrancó el dedo meñique de la mano derecha por lazar a un becerro y luego la soga se le enredó. Mi otro tío se paralizó el dedo índice de la misma mano en una circunstancia parecida. Otro murió a los nueve años cuando se cayó de un caballo y se quedó prendido de las espuelas. El animal lo arrastró hasta su casa.
4.
Mi madre no cree en los fantasmas. Un día, su hermana mayor la despertó para que fuera por la perra. Un día, a sus cinco años y con bata blanca, su hermana mayor la despertó porque la borrega balaba. Nadie podía dormir y había que trabajar, todos, desde los hermanos lechales hasta las muñecas de ocote: todos. Mi madre no cree en los fantasmas. Un día, a sus cinco años y con bata blanca, su hermana mayor la despertó y ahí va, en busca de la perra, a mitad de la luna por los lienzos de alambre y de piedra. Ella no cree en los fantasmas: fue y trajo a la perra, la amarró al sueño ovino durante el resto de luz que duró esa noche. No cree en los fantasmas porque al día siguiente se hablaba del ánima chiquita que poblaba la vereda. Por eso mi madre no cree, pero dice que si no me levanto temprano en invierno es porque el diablo atiza un fogón bajo mi cama.
5. A mi tía Tey
Hay toda una discusión en Google sobre si existe o no el término cangrena. Una de las primeras entradas asegura que esa palabra no se admite en el Scrabble. En mi casa existe. El Coromines afirma lo siguiente: “Sigüenza (1600) emplea la forma cangrena, cuyo uso reconoce [en el diccionario de] Aut. como vulgar, y hoy sigue estando muy arraigado en el vulgo […]: se debe a influjo del anticuado cangro ‘cáncer’, y variantes semejantes en los demás romances”. Mi mamá y mis tías la usan al contar la historia de su hermana Elvira, quien murió a los tres años. Neumonía. Eso se dice ahora. Antes había muerto de sabrá dios qué le habrá pasado, algo tenía en los pulmones. Al paso de los años hemos ido recogiendo palabras de aquí y allá y sacando explicaciones a la muerte de donde se pueda. El DRAE dice que cangrena está en desuso y lo correcto es gangrena. Pero no se refieren a lo mismo. En la historia de mi tía Elvi, la cangrena aparece al momento en que deben alejarse los hermanos más pequeños porque los niños no deben estar cerca de los muertos. “Mi papá la levantó en su cajita para que la viéramos de lejos”, dicen. Tenía unos ojos preciosos, las pestañas chinas, chinas. A mi mamá se le murió en los brazos, cuando acompañó a mi abuela al centro de salud y las regresaron porque no había mucho por hacer. Tomaron un taxi a la casa. Mi abuela le pidió al chofer que se detuviera en la tienda para de una vez comprar el café del funeral, café cuyo aroma la niña boquearía como último unas curvas más adelante.
En todo caso estamos frente a un fenómeno fonético llamado asimilación, en el que una consonante se sustituye por otra cercana para facilitar su pronunciación. Es un cambio por el uso que dan los hablantes. Sin embargo, por más que esta palabra se ha repetido en sobremesas y charlas bajo el naranjo, esa c nos sigue lastimando, poco a poco, nos carcome.
Pura morralla
Poemazol
Esta mañana, antes de ir al trabajo, fui a la Súper Farmacia de Dios, donde además de medicinas venden recetas. La doctora, una década menor que yo, me habla de usted pero dice que los pacientes somos como niñitos aprendiendo a caminar y eso la pone en el papel de mi madre. Me regaña porque no me gusta la fruta y me hizo recordar a María Auxiliadora, muchas gracias, bata blanca. Me dice que no debo ingerir chile, alcohol, grasa, legumbres, cucurbitáceas. Ahora me recuerda a ese escritor (¿o era una oveja?) que ya en el XIX las advertía. Me pregunta si manejo: no lo hago. Entonces, dice, no tengo nada de qué preocuparme. Mi diagnóstico es gastritis y una colitis de miedo. Eso dice: de miedo. En mi oficina me advirtieron que podrían correrme si sigo llegando tarde, pero no duermo por pensar en que otra vez me quedaré dormida y voy a retrasarme y esa angustia me quita el sueño y al día siguiente no puedo despertar, es así que llego doblada de dolor a la oficina. Tarde, doc. Ahora debo dejar de comer lo que me gusta y mantenerme sana. Salud para trabajar, salud para pagarle, salud para atender las alertas de la Organización Mundial de la Salud. Y yo lo que quisiera es que usted me ayudara a morir, doc, poco a poco, es decir, a vivir largamente, vigilarme hasta el paso angosto de una vejez con mi único objetivo profesional: no pagar renta ni cumplir un horario de oficina y así tener tiempo de ver crecer helechos que, como yo, transportan en el aire insectos metálicos de esta ciudad ya extinta. En pocas palabras, doctora, sólo quisiera morir sin preocuparme de llevar ideas con punch a la junta del siguiente lunes.
Con la papa en la boca
En la escuela pregunté cuál era la génesis de lo que conocemos como el acento fresa. Con un evidente tono de regaño dada la informalidad, desorden, prejuicio y falta de rigor académico en el planteamiento de mi —por otro lado— muy genuina duda, se me informó que los fresas y los nacos compartimos las vocales muy abiertas. Además, se aclaró que para el grado de formación que tengo y al estudiar en una institución de élite, ya no puedo criticar a los fresas. Así inició la clase dedicada a mis privilegios, los cuales vienen de lejos y son muchos y variados. Hay gatos en el jardín de mi escuela y apenas pago siete pesos por mi peso en comida. Porque además, se dijo, formo parte de la mafia literaria. No pude evitar entonces dedicar el resto de la clase a recordar de dónde vengo, y del olor a pasto y a sopa, y del Parque Alcalde visto desde mi guardería y del Parque Alcalde visto desde mi facultad. Y por más que no quiera y que me apene y que me duela, mis privilegios me saben a oblea con vino, me saben a tejuino.
Xitlalitl Rodríguez Mendoza (Guadalajara, México, 1982). Poeta y editora. Licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara. Autora de los libros Polvo lugar (La Zonámbula, 2007), Datsun (Punto de Partida, UNAM, 2009), Catnip (Col. La Ceibita, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012) y Apache y otros poemas de vehículos autoimpulsados (Mono, Conaculta, 2013). Con el libro Jaws [Tiburón] (Mantis/Conaculta, 2015) obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2015. Ha colaborado en diferentes revistas literarias de México y del extranjero y ha sido becaria del FONCA en tres ocasiones.