ya acabó su novela

Poemas de César Carrión

Publicado: 2019-08-14


                                              Invitación a la pesadilla


Volvamos a ser uno solo: los mismos en el dolor, los mismos en el olvido.

Volvamos a ser una tribu cercana a la peste, el acero y el miedo.

Juntemos de nuevo las manos en torno del fuego sagrado de un sueño.

Pero no porque lo digan tus ancestros. Los he visto: no son nada extraordinario,

No son nada extraordinario, no son nada extraordinario, no son nada extraordinario,

Debería repetir cuarenta veces “No son nada extraordinario”. Te lo juro: ¡No son nadie!


Juntemos de nuevo los labios en torno del beso y el grito de un ángel caído,

Cualquiera, no importa, que vista talar de bacante o vestido de monja, ¡qué importa!

Pero no porque lo invoquen los pontífices. Los oigo: parlotean y babean,

Parlotean y babean, parlotean y babean, parlotean y se ensucian las sotanas.

Volvamos a ser una tribu cercana a la peste, el acero y el miedo,

Porque el necio pontifica como un cristo, porque el sabio balbucea como el río.


Regresemos a la hoguera donde ardieron las leyendas más lascivas y sangrientas.

Que nos narren nuevamente aquellos mitos donde el hijo mata al padre, donde el                padre come al hijo,

Donde el hijo se amanceba, para ser su propio padre, con su madre, con su tía, con             su abuela.

Que nos hablen los poetas nuevamente de los ritos que vencieron a la muerte.

Y cantemos, con gargantas de gigantes, que los simios domadores del relámpago            y el trueno

Hemos vuelto de una larga caminata por los bosques de la magia, de la ciencia y               la mentira.

Que nos mientan nuestros hijos, que nos digan que triunfamos, que nos juren que               jamás se fue el verano…


Volvamos a ser una tribu cercana a la peste, el acero y el miedo.

Pero no porque tengamos entre manos el remedio de una nueva enfermedad,

Que ha nacido del cerebro de una vaca, del estómago de un cerdo, de la piel de una gallina.

Pero no porque llevemos a la lumbre aquella presa inagotable contra el hambre,

Que ha nacido del cerebro de una vaca, del estómago de un cerdo, de la piel de una gallina.

Retornemos a la cueva, porque el único sonido que se impone es el silencio.

Los demás son alaridos de placer, son gemidos de dolor o son bostezos.

Volvamos a ser uno solo: los mismos en el dolor, los mismos en el olvido.






                                                    Monumentos carcelarios


Nos mintieron nuestros héroes, nos mintieron nuestros mártires y próceres.

Inventaron esos himnos, inventaron las naciones, inventaron geografías.

Inventaron las banderas percudidas con su sangre, que inventaron por la guerra.

Miro los templetes, las estatuas del terruño, recubiertos con estiércol de palomas:

Toda patria es pasajera, pre-santuario, proto-infierno, limbo eterno…


Ruge el río de la muerte en las pupilas del que observa nuestros campos de batalla:

Las ficciones de la Historia Nacional, de los Destinos Manifiestos, de los dogmas

Del que apura la bebida venenosa de las copas de los padres fundadores.

Conocí a mis abuelos, conocí a mis ancestros: no son nada extraordinario,

No son nada extraordinario, no son nada extraordinario, te lo juro: ¡no son nadie!

Toda patria es pasajera, pre-santuario, proto-infierno, limbo eterno…


La alternancia del aliento y el silencio, del aliento y el silencio, del aliento y el…

Me recuerda que en los mármoles inertes yace el frío corazón de la memoria.

Nos impone los estigmas de los santos, que ya fueron o serán becerros de oro,

O ecuménicos prelados de la bruma, pies de plomo, pies de barro, pies del humo.

Toda patria es pasajera, pre-santuario, proto-infierno, limbo eterno…


Cada brillo, cada huella, cada mínimo relámpago de sílice en las dunas,

Cada grano de esta arena es un murmullo que compone la borrasca de la fe.

Cada hilo y cada hebra de esta soga que nos ata a los recuerdos heredados,

Nos impide despegar con entusiasmo, desatarnos del terror de ser fragmentos,

Nada más y nada menos que fragmentos de la risa, que fragmentos de la angustia.

Toda patria es pasajera, pre-santuario, proto-infierno, limbo eterno...







                                                    Pesadilla populista


Para hablarte nuevamente del amor, yo restituyo otro discurso semejante:

Decir amor es comprarte certezas, pero jamás pronunciar la verdad.

De inmediato, te acorralan mil canciones parecidas al balido de las cabras.

Y las cabras se alimentan de las flores que sembramos los hermanos de los lobos.

Y es que aullamos y gemimos, pero el perro come gato, pero el gato come rata,

Pero nadie acude al llanto, ni siquiera las matronas que vigilan a sus hijas parturientas…


Para hablarte nuevamente del amor, yo restituyo otro discurso equivalente:

Hablar de amores es mostrarnos demagogos, pero nunca “comportarnos” de verdad.

De inmediato, te acorralan estos cuerpos de extrañeza inadmisible: palabrotas,

Palabritas, palabrejas y canciones de payasos mutilados por su oficio de apostar

El propio cuerpo en los casinos de la muerte, en los sufragios donde rezan sus sermones

Los gurús de la nación: La democracia, la sevicia, las palabras rebuscadas en los                   libros de las aguas…


Restituyo los discursos del pasado, para hablarte nuevamente del amor:

“Vuela un ángel sobre el lago de los cisnes…” ¡Y un avión en sobrevuelo lo asesina!

Y no digo me disgustan los espectros del pasado ni venero las catástrofes modernas,

¡Pero es tan hermoso el ingenio que halló la turbina a reacción!

Para hablar nuevamente de amor, recompongo monsergas, filípicas burdas y versos glacé.

Para hablar nuevamente de amor, sólo habrá que aceptar que el mayor plagiador                    del ingenio del hombre

Ha sido el patrón que se oculta detrás del poema y te pide perdón,

Y susurra, como mintiendo, como transando: ¡Psst, psst! Yo soy el Dios, tu Señor…






                                           Materiales de construcción


Y pronuncio las palabras que disponen la materia en teologías y teoremas.

Y pronuncio estas palabras, aunque ignore casi todo lo que digan y aunque digan

Fechorías, perversiones y mentiras; aunque a veces ya no digan ni mi nombre;

Aunque a veces solo digan fechorías, perversiones y mentiras… Las palabras:

Material con que hacemos los hombres países e Iglesias, Estados y templos;

Material de malhechores, de perversos, de habladores, de cadáveres perfectos.


Las entrañas del que ignora se corrompen y las tripas de los sabios se fermentan.

Y soplan los vientos y vuelan las aves, y soplan los vientos y vuelan las aves…

Y el vino de las sombras duerme plácido, entre estiércol y taninos silenciosos,

Esperando la cosecha centenaria de los robles. Entre tanto, las palabras:

Teologías y teoremas que nos matan y alimentan, teologías y teoremas…


¡Cuántas cosas nos decimos en las lenguas y las señas de los ciego-sordo-mudos!

¿Ámense los unos a los otros? ¡El discurso más violento de profeta conocido!

Porque uno mismo es uno mismo, es uno mismo, es uno mismo, es uno mismo…

Teologías y teoremas que nos matan y alimentan, teologías y teoremas

Que nos matan y alimentan, material de perdedores, de ambiciosos, de poetas.







                                               Preguntas retóricas


¿Soy la bestia que se arroja voluntariamente al fuego de la pira funeraria?

¿Soy los turcos empalados por millares en lo feudos del vaivoda de Valaquia?

¿Soy los miles de mandingas esposados a los cascos de galeras holandesas?

¿Soy los miles de mitayos asfixiados en las minas de la casa de los Austrias?

¿Soy el perro fiel, asesinado por su amo, en los festines culinarios de la China?

¿Y si tengo ese mismo remedio de todos los dioses y todos los hombres?


Pobres de los hombres, cuyas hembras no se limpien los hedores de su duelo.

Pobres de las hembras, cuyos machos se empecinen en los ritos de su duelo.

Porque como y porque bebo, nada más y nada menos, que aquella misma sombra

Y aquellas mismas luces que nos matan y alimentan: los silencios, las palabras,

De los santos miserables que saludan desde el púlpito a la plebe embrutecida.

¿Y soy de la misma materia de todos los dioses y todos los hombres?


Aclara tus dudas de nuevo, hermenéutico-simio, mamífero-insecto.

¿Qué harías tú para aplacar la neurastenia de los dioses más antiguos?

¿De qué extraña atrocidad te servirías por vivir un minuto, unas horas de más?

Pero no en el Agua, pero no en el Fuego, pero no en el máximo Trueno,

Porque aquello que consigo en la palabra y el silencio, en la palabra y el silencio,                     en la palabra…

Apenas lo poseo, lo abandono en el umbral de la memoria y el olvido.







                                                     Llamado a la tribu


Volver al eco. Volver al habla. Volver a balbucear es liberarse de este karma.

Te aprisiona el deseo de un dios que se oculta en la sangre reseca de un muerto.

Esta lengua no es concreta. Es una lengua disoluta que extorsiona tus sentidos.

Te seducen las piernas abiertas de un ángel lascivo, goloso, asesino, perfecto.

Esta lengua es un saber, es un sabor, es un martillo desabrido. Es un confite.

Fonética desnuda, la locura del poema que se niega a ser él mismo, por él mismo:


Observa lo que te pasa si te acarician estos incendios, estos sonidos.

El carnicero es inevitable, al menos que seas un ciego, al menos que seas un necio.

Este ciego y este necio que acarician tus palabras con la miel de su flagelo.

¿De qué color serán tus ojos, donde anidan las texturas de las sombras?

Pero no tu propia sombra, que los ciegos y los necios no distinguen entre sombras.


Observa lo que sucede si te acarician estas ventiscas, estas canciones.

Percibir este momento es aprender a hacer silencio, silencio, silencio…

Pero ahora balbuceo, envejecido de entusiasmo: ¡Viva el barco, surque el barco!

Pero ahora trastabillo, enmohecido por la flor, que es esta flor, que es toda flor.

Y digo flor, como ya digo cumplimiento, mastodonte, libertades, pestilencia…


Observa lo que te pasa si te acarician otras aguas, otras hienas, otros asnos.

Percibir este momento es aprender a hacer silencio, silencio, silencio…

Yo también era locuaz, hasta que obtuve el don del habla, bla bla bla bla…

Y digo flor, como ya digo sentimiento, mortecina y, nuevamente, libertad…

Observa lo que te pasa si te acaricia este silencio, todo silencio, cualquier silencio:

Volver al eco, volver al habla. Volver a pronunciar la primera palabra, bla bla bla…









                                                       Huesos de hada


                                                                                             Para Clara Isabel


1

Para verte nacer he nacido, pensaba, y apenas nací con el día que empieza.

Y has nacido sin mí, sin mi nombre, mi voz ni mis manos que tiemblan y escriben.

Para verte nacer he nacido, creía, porque antes de verte mi oído y mi lengua

Vivían muy lejos, porque eran de un mar y porque eran de un viento y porque eran               de un fuego

Que solamente convivían en los sueños, donde el dios es más feroz que tu silencio.

Ahora tengo tu sonido repujado sobre el vientre de tu madre, que jamás te habría parido.


¿Concepción? ¡Así dijo el mensajero de los dioses que reinaron en la fe de mi familia!

Que conciba la Virgen que no requirió de varón para darle a la Historia trillones de muertos.

Que conciban las Ciegas que no necesitan de vista y destejen la vida del alma y el cuerpo.

¡Concepción! ¡Concepción! Que conciban las bestias que gimen, rebuznan y gozan           del celo.

¿Concepción? No del Cielo ni el Mundo, que yo te encontré como un dios cuando dijo:

Deseo mirarme en los ojos de un otro, un ajeno... Y así, se encontró con él mismo.


2

Para verte nacer yo nací, pretendía, mi niña, y apenas nací con el día en que llegas.

Y he llegado a contemplarte florecer: Soy una abeja que agoniza envenenada de otra flor,

Tan distinta de la miel de aquel panal donde creció y al que sirvió con su sicosis vegetal.

Mi colmena se deshace: Llega el tiempo de migrar y de fundir en otras manos otras ceras.

Eres hada de nombre solar y tus alas ardientes inventan el viento que seca estas tintas,

Materiales similares a mi sangre. Y es tu nombre lo primero que mis venas han de ver

Sobre mi piel, como una fístula que va desde mi lengua hasta mis manos.


Este poema es un tatuaje que congela mi alegría, porque dicta que no puedo pestañear.

Porque tengo este terror de que te vayas cuando deje de mirarte y no amanezca.

Y deba esperarte de nuevo otra noche de miles de estrellas oscuras y heladas.

¿Para verte nacer he nacido? ¡Quería creerlo! Y apenas nací con el día que acaba.

Porque he nacido para ver cómo te posas en la piedra de mi nombre… Y te levantas.








          Poema comunicativo, de la emoción o la experiencia, en contra 

                                                de un crítico literario


Préstame tus párpados, Clara Isabel. 

Préstame tus párpados y tus pestañas larguísimas.

Préstame el modo en que me miras, para mirar de esa manera el mundo.

Préstame un pedazo de tus ojos, para mutilar mi mirada deforme,

Para dejarla entre los escombros de una vida pasada,

De una vida que quisiera hubiera muerto para siempre,

Pero que siempre me acompaña, como una cicatriz mal curada,

Como una herida interna que supura nombres prohibidos o impronunciables,

Que ha recibido tanto odio gratuito, tanta envidia barata.


Préstame el modo en que pestañeas cuando te cansas de mirarme,

Para ver si puedo cansarme de mirar este mundo perfecto,

Que tantas veces me escupe en la cara,

Que tantas veces me impide mirarte.

Préstame tus párpados, Clara Isabel,

Como se prestan un par de gafas recién compradas,

Como se presta la bandera de la nación o el apellido de los abuelos,

Como se presta juramento ante el tribunal de la muerte…


¡Pero qué estupideces te digo, mi hijita querida!

Como si el cuerpo propio se pudiera prestar de alguna manera,

Como si el propio cuerpo no fuera también algo ajeno,

Como si tú pudieras ser mía o de cualquier otro...

Estas palabras tan pobres, pequeña, las digo temblando,

Porque he confundido el amor con la angustia,

Porque un cerdo en la esquina se desgañita insultándome,

De camino al camal del olvido y la sombra,

Sin apenas conocerme, sin apenas escucharme, sin apenas comprender

Apenas una letra de mi vómito y mi voz,

Que son lo mismo. Y me dio miedo

De ser un cerdo también y morirme mañana,

Sin pedirte que me prestes el lugar de donde miras

El lodazal de incomprensiones, mi Clara Isabel,

Que abona esta tierra

                                                                    En que floreces…







                                                   Fotografía en sepia


La infancia, mi Alejandra, es como un miedo luminoso, pasajero, como todo,                             mucho miedo, Pizarnik.

Cualquier infancia es como lodo entre los dedos: ilumina los senderos de tu miedo con más miedo, pero es Miedo el apellido de lo dulce y lo feliz.

La distancia es el hogar de los olvidos, Alejandra. Tú te llamas como aquella                          confitura del recuerdo:

Fue mi novia de la infancia, la prohibida, por mayor. Me visitaba en los recreos, en                 el patio del jardín de los infantes.

Eras bella, colegiala enamorada. Y a escondidas, la perversa, me decía: “Solo un                 beso, como amigos”. Era gorda y era rubia y era tonta.


Y es un miedo luminoso. Toda vida es terrorífico montaje de pavesas que se                      apagan en el tracto digestivo del recuerdo.

Alejandra regordeta, retorcida adolescente, que acudías con tu amiga a regalarnos           chocolates y gaseosas.

Era delgada y trigueña, tu amiga, la novia más guapa que tú, mi Alejandra, que                   amaba a mi amigo, el Manolo,

Cuyo nombre no puedo o no quiero acordarme, Alejandra. ¡Un lugar de la Mancha,             Quijote!,

Una mácula, un amor, un despertar de la mirada, una erección, y quizá demasiado            precoz...


Yo sí sé de esta orilla del miedo, algo turbio y caliente y, te digo, no es puro terror,              mi Alejandra:

Era un nombre de niña, que mañana a mañana, me enseñaba a besar a destiempo.           Era tiempo

De aprender cómo se amarran o se atoran en los hoyos, en los huecos del zapato            los cordones, agujetas, tijeretas, gallaretas devoradas por un ave rapaz. Esos           años de escuela

Me oriné en los pantalones y en la cama de lunes a viernes, mi Alejandra, si no estabas.

Chocolates y gaseosas y saliva en el recuerdo, repentina comisura, de esta boca             que pronuncia:

La infancia es como un miedo luminoso y pasajero en la distancia, en el hogar de            los olvidos, pasajeros, como todo, mi Alejandra, mucho miedo, ¡mucho miedo!,         Pizarnik.








                                           Reconstrucción del diccionario


1

¡Ay, abuela Teresa! Si pudieras escuchar el gemido amargo de los pájaros. Amargo            porque todos los pájaros son instrumentos quirúrgicos de la cobardía.

Si pudieras escuchar el lenguaje raído de los maestros. Raídos porque todos los                maestros se comportan como catedrales mínimas de la violencia.

Si pudieras ver de nuevo este cielo, que desde hace un tiempo se ha quedado                   boca arriba, como una crisálida abandonada, como una polilla del sueño.

Este cielo, querida abuela, que rebuzna como un fantasma alcoholizado. Este                   cielo, Teresa querida, que grazna como un emperador moribundo.

¡Ay, abuela Teresa! ¡Si pudiéramos practicar quiropraxia con la espina dorsal del terror!


2

¡Ay, abuela Teresa! Si pudieras escuchar el gemido amargo de los pájaros, el                     lenguaje raído de los maestros.

Si pudieras ver este cielo, si pudieras escuchar estos animales, si pudieras tocar              estos fantasmas, como lo hago yo, querida abuela, como un intérprete                        contrahecho de una lira oxidada…

Acaso hablaríamos en su lengua, en su lenguaje de palabras enfermizas, en su           lenguaje de palabras suplicantes: dios, patria y libertad (cerdo, canción y dilema),     hasta la victoria siempre (rosa de poliestireno expandido).

Pero todas son palomas zurcidas en mis labios, como llagas saludables, como              sangre reseca de los héroes nacionales, como despojo de los santos de la                religión de nuestros padres, como versos de amor

Deshuesados, como letanías populistas, como mentiras empalagosas, como                  sermones patrióticos y sangrientos, como palomas, abuela, como palomas…

Por esas palabras, por esos gemidos, por esos lenguajes, por este cielo, querida             abuela, mi boca se ha convertido en un relicario.


3

¡Ay, abuela Teresa! Si pudieras, por un momento, levantarte de tu cripta, como se            levantan los santos, como se levantan los héroes, como se levantan los                      pájaros que han muerto en pleno vuelo.

Si pudieras escuchar cómo suena en estos tiempos el tremor de tu apellido.

Si pudieras, abuela, contagiarte de mi asco, por unas horas apenas, por un minuto        tan siquiera.

Me enseñaste que el silencio es el único tirano ineluctable, el único cura infalible,          el sacerdote que no cuelga la sotana, el asesino que no caduca, el sicario con          el fusil empotrado en la lengua.

Me enseñaste a enfrentarme a ese hijo de puta. Pero, abuela querida, el maldito es      el hijo y la puta misma. Y es el nieto de sí mismo, y el ancestro de su propia              muerte.

La tarea parece imposible. La democracia es un lago muy turbio, sembrado de               muertos ajenos, sembrado de perros podridos. Es una sopa indigesta, llena de         flores y enigmas.


Llevamos armas a la mesa cada día. Desayunamos dragones crudos.                              Almorzamos cadáveres ancestrales. Bebemos jarabes de entrañas añejas.                Cenamos corazones rubicundos.

Hoy pensaba decir tu nombre, para acordar una tregua, para firmar un armisticio            con el vacío de tu lengua.

Pero digo tu nombre, y el eco me responde, el eco responde, me responde,                      responde, dónde, abuela, dónde, dónde...

Hoy me queda apenas levantarme de mi catre, de mi cofre. Transitar el callejón de        los vencidos. Cantar el himno de los condenados.

Y bailar y bailar y bailar y bailar iluminado con el esplendor de esta tragedia.


4

¡Ay, abuela querida! El mar es el peor de todos los ciegos, porque jamás escucha,        porque su lengua es un reptil de vidrio derretido, porque siempre está                          regresando, porque el mar siempre regresa a su propia sombra, porque su                sombra es un vientre insumergible, porque el mar es todo vientre, porque todo él      es un feto inmaculado, porque es padre y madre de sí mismo.

¡Ay, querida abuela! El mar no es solo un tema literario, aunque sea el más literario       entre los más literarios que existen. El mar es un caldo de ozono y futuro.

Y a los que no sabemos nadar, o mal nadamos, nos queda apenas resignarnos,            santiguarnos, persignarnos con el agua santa de su bullicioso silencio.


Nadar, verbo intransitivo, que describe la ruta del mar hacia su propia nada.

Nadar, acción de todos los cuerpos conocidos hacia el fondo del buche del                     cormorán termonuclear,

Que al final de cuentas es el único soberano totalmente democrático, porque                 siempre nos escoge a todos.

¡Ay, abuela Teresa! ¡Cuántos nombres crueles y ridículos tiene el mar! ¿Por qué,              abuela querida, si al fin y al cabo es apenas un pedazo de agua?








César Eduardo Carrión (Quito, 1976) ha publicado los libros de poesía Es lodo y es polvo y es humo y es nada (2018), Emboscada (2017), Cinco maneras de armar un travesti (2011), Poemas en una Jaula de Faraday (2010), Limalla babélica, (2009), Pirografías (2008), Revés de luz (2006). Ha publicado los libros de ensayo El deseo es una pregunta (2018), Habitada ausencia (2008), La diminuta flecha envenenada (2007). Estudió Filología Hispánica en Madrid y Comunicación y Literatura en Quito. Es docente de la PUCE.


Escrito por

Willy Gómez Migliaro

Willy Gómez Migliaro (Lima, 1968) Poeta, profesor de literatura y escritura creativa, asesor literario y corrector de estilo.


Publicado en

Poesía

Poesía en lengua española