Poemas de Miguel Ángel Zapata
Prólogo
Escribo poesía caminando.
Árboles como estrellas en el
patio lleno de geranios.
Las ciudades pasan con sus ojeras
bebiéndose toda el agua de las calles.
Dios es el río: un aire de mar brota
de su casa, relámpagos y cuervos
embellecen otra vez las nubes.
Allá las torres y los siete mares,
aquellos reyes coronados por ellos
mismos en el festín de la poesía.
Aquí multitudes de arcos abren los
portones para poder ver el corazón.
La poesía es así: un árbol desconocido
que cruza la ciudad.
Un árbol cruza la ciudad
Un árbol cruza la ciudad con
pájaros oscuros.
Desde la ventana la lluvia ligera
engaña como la nieve negra.
El árbol clavado en la tierra se sube
despacio sobre las casas,
trepa más allá de su torbellino, y se
levanta ante la angustia de todos los
males.
En el nombre del árbol, en el nombre
del cielo, los anillos de su corazón.
El grito de Munch
Camino ensangrentado por el puente de Brooklyn.
Acabo de cometer un crimen imperdonable.
He escrito un poema bajo el cielo color sangre y
se han sanado todas mis heridas.
Es la primera vez que escribo confundido en un
puente de fierro partido por la mitad.
Se oye el lamento de los glaciares y el cielo tiembla.
Las palabras se sobrecogen en el vacío de la ciudad,
y el puente se quiebra ante la negrura de un fiordo.
Un árbol llora su soledad y yo busco mi remanso
en un glaciar sin fondo.
El arte de la soledad
(II)
Estás en casa felizmente contigo, alegre, y sin nadie
a tu costado:
la mesa larga de madera, un cuadro de Eielson,
varios Quintanilla, viejos libros, vino tinto,
tallarines en salsa roja y el pan al ajo una delicia.
Queda todavía el olor de las almohadas arrugadas, el
momento hueco del abrazo, y las fantasmas que
vuelven como alhucemas a distraer tu grata compañía
cada noche.
Lima
Para Antonio Cisneros, in memoriam
Crecí en una ciudad gris-azul con muchas ventanas. Y fue a través de ese color que descubrí otro tono de gris en el cielo: un azul cobalto, ese cálido celeste del mar que no aturde cuando sale el sol por Chorrillos y se esconde en Barranco. Ese es mi color gris-azul, el único que conozco y del que ahora escribo: mi azul de Lima (casi de la Alianza), mi celeste de la costa donde crecí y que ahora recuerdo como la mejor de todas, la que me vio crecer como el peor de todos. De los primeros seis años en Piura, donde nací, un fuerte aguacero y sol pleno. En Lima aprendí de otro tipo de azul: más nutriente y menos predecible que el de Cancún. Las ciudades con mar tienen una luz natural que se siente, pero no se ve. Ahora presiento el azul gris de las playas, esa capa salina que me habla la poesía de Lima, en una noche donde las calles son hermanas del insomnio, y el diluvio citadino es el loquísimo gris-azul que me deleita.
ENSAYO SOBRE LA ROSA
1
Busco siempre rosas raras para mis floreros de barro. Rosas que borren la tinta gris y los colores exagerados del cielo. Rosas que no lloren pero que sientan el vacío de los largos patios de la memoria, las puertas que se han cerrado y esperan una mano para volver a vivir. La lluvia nos moja sin saberlo, y la rosa piensa que tiene voz de oro, no sabe que es sonido de una sílaba incolora.
2
Los mirlos le carcomen su pecho colorado y siente un dulce dolor inexplicable. La rosa de la ciudad es distinta a la rosa del campo. Una es mundana y le gusta la noche, los avisos luminosos y la gente que la mira con prisa. La otra es como la tinta verde de los geranios y conoce el cielo como su propia muerte. Por eso tal vez siempre busco rosas raras para mis floreros de arcilla: rosas más calladas, menos presuntuosas, rosas de bosque o de patio privado.
3
En una época fui repartidor de rosas. Llevaba belleza a las casas. Alegraba los corazones de la gente, y muchas veces vi prenderse las ilusiones tras las puertas y las ventanas. Algunas veces llevé rosas a los cementerios donde la muerte se confundía con la hermosura de la hierba. También traje rosas en floreros de barro, tal vez por eso me atraigan tanto las macetas, los tulipanes y los pistilos de Georgia.
4
Mi madre es una rosa llena de ríos. Hermosa curiosidad su piel: una perfecta combinación de canela con miel, solo comparable con los interminables campos de Chulucanas. Mi madre es una rosa de noventaiseis pétalos bien dispuestos por el algarrobo y el mango. Cada espacio en su lugar: la voz que entona canciones del novecientos y el corazón abierto como una manzana. Es la rosa más bella de mi jardín.
5
En otra época coleccioné una exquisita variedad de rosas. Mis hijas fueron las rosas más bellas de California. Las rosas no caen ni se mueren, en cambio, se levantan como un roble cuando quieren, son el sol y la sombra de cada día: la trenza de las niñas, el sol del ingrato azar.
6
A veces pienso en la rosa de Blake y su gozo carmesí, o en los mares interiores de la rosa de Rilke y sus cámaras ardientes respirando el orificio de una tarde vana. Aquí mi lámpara de hierro no sofoca mis inquietudes, ni la ceniza ni la piedra estropea mi fe. Más allá de todo están las rosas bermejas de Milton y de Borges rozándoles la cara mientras miran un cuadro del Bosco. Después de todo el camino es la piedra o la ceniza.
El florero nos suplica: déjame ver la ceniza, después la rosa.
El Puente de Brooklyn
(segunda visión)
Hoy día es otro mundo. He caminado delirante por el parque más grande de la ciudad. Vi a Bronzino en el Metropolitano. Goya ya había salido de su pozo profundo y su perro lo lamía feliz en el Parque Central. Sus dibujos son los trazos recurrentes de esta tarde ciega. Los sueños de su razón producen monstruos caprichosos. Después los árboles de las calles me leyeron poemas de Dylan Thomas y Vallejo. Si Vallejo hubiera caminado por estas calles habría tal vez escrito algo sobre la confianza en el anteojo de una rama. Hubiese caminado conmigo por estas calles de luna llena, virando en cada museo y desdoblándose en los bares de la noche con ese piano que se va hasta adentro del río.
Habría ocurrido un relámpago en todos los puentes.
LA VENTANA
Voy a construir una ventana en medio de la calle para no sentirme solo. Plantaré un árbol en medio de la calle, y crecerá ante el asombro de los paseantes: criaré pájaros que nunca volarán a otros árboles, y se quedarán a cantar ahí en medio del ruido y la indiferencia. Crecerá un océano en la ventana. Pero esta vez no me aburriré de sus mares, y las gaviotas volverán a volar en círculos sobre mi cabeza. Habrá una cama y un sofá debajo de los árboles para que descanse la lumbre de sus olas.
Voy a construir una ventana en medio de la calle para no sentirme solo. Así podré ver el cielo y la gente que pasa sin hablarme, y aquellos buitres de la muerte que vuelan sin poder sacarme el corazón. Esta ventana alumbrará mi soledad. Podría inclusive abrir otra en medio del mar, y solo vería el horizonte como una luciérnaga con sus alas de cristal. El mundo quedaría lejos al otro lado de la arena, allá donde vive la soledad y la memoria. De cualquier manera es inevitable que construya una ventana, y sobre todo ahora que ya no escribo ni salgo a caminar como antes bajo los pinos del desierto, aun cuando este día parece propicio para descubrir los terrenos insondables.
Voy a construir una ventana en medio de la calle. Vaya absurdo, me dirán, una ventana para que la gente pase y te mire como si fueras un demente que quiere ver el cielo y una vela encendida detrás de la cortina. Baudelaire tenía razón: el que mira desde afuera a través de una ventana abierta no ve tanto como el que mira una ventana cerrada. Por eso he cerrado mis ventanas y he salido a la calle corriendo para no verme alumbrado por la sombra.
AMOR DE PASO
Penetrarte como al agua la penetran los delfines sin herirla
sin dejar evidencia que no he naufragado por buscarte por
perseguirte entre los bares y las luces de la ciudad para
llenarte de besos aunque siempre supe que te dejaría como
se deja un país o una plaza sin flores que cortar
Mi caballo se ha quedado sin estrellas
Mi caballo se ha quedado sin estrellas. En la noche ya no levanta la cabeza para leer el firmamento ni tampoco corre libremente sin temer el desfiladero. Por primera vez ha sentido el vacío que otorga la tinta a los olvidados, y galopa con el hocico babeante por la enramada. Mi caballo ya no relincha como antes, el amor le ha carcomido la mente y los nervios. Su pelaje vuela con el viento mientras pasta bajo el sol o camina entre la niebla de la ciudad, y espera y espera el regreso del gran fuego para que lentamente lo depure.
Mi cuervo anacoreta
Mi cuervo brilla con el sol y nadie puede verlo como canario. Escribe con su pico la soledad de la noche y tamborea su cántico ante la gruta del agua que lo ve caer sin una letra. Mi cuervo es pájaro anacoreta, canario esculpido con carbón. El cuervo que se colaba por las alcobas es más vivo que loro verde repitiendo sílabas sin son. Mi cuervo brilla y brilla mejor que un cometa prendido en el cristal. Ya se posa en mis papeles cuando le hablo sin pensarlo, y cuando me mira es un aire emplumado, flauta de tinta que gotea mi envoltura.
Los muslos sobre la grama
Escribo por la muchacha que vi correr esta mañana por el cementerio, la que trotaba ágilmente sobre los muertos. Ella corría y su cuerpo era una pluma de ave que se mecía contra la muerte. Entonces dije que en este reino el deporte no era bueno solo para la alegría del corazón sino también para el orgasmo de la vista. Al verla correr con sus pequeños shorts transparentes deduje que los cementerios no tenían por qué ser tristes, el galope acompasado de la chica daba otra perspectiva al paisaje: el sol adquiría un tono rojizo, su luz tenue se clavaba dando vida a la piel, los mausoleos brillaban con su cabellera de oro, y volví a pensar que la muerte no era un tema de lágrimas sino más bien de gozo cuando la vida continuaba vibrando con los muslos sobre la grama.
Breve homenaje a Marina Tsvetáyeva
Busco la noche de
San Petersburgo
en este ovillo que
se desata sin parar,
en estas flores que
de repente vivas en
su séptima noche
cierran sus ojos
a la mañana.
La busco en la
noche
cuando mis
enemigos
temerosos se
alejan
por la penumbra,
y ella con su música
se queda conmigo
y canta como la
primera lluvia sobre la tierra.
La torre de París
Aquí respiro y camino por la hondura insuperable de la piedra. La ciudad es una antorcha que huye de la mañana temerosa. La torre se ilumina de repente para recordar a los muertos y los solitarios atrapados en los callejones de la amargura y la sequedad. Ya no existe la ventana desde donde se miraba el cielo: el humo azulino de Baudelaire.
Las piernas de una mujer dulce cruzan el puente.
El Metro te lleva directo a un museo sin nombre donde vive el séquito de Delacroix: su pirámide te muestra el infinito, el óleo de las aguas, la estirpe del iris y la espina.
Uno se cansa de estar solo
Uno se cansa de estar solo delirando
con su ventana en medio de la calle,
entre la nieve que arrastra
su blancor por los callejones olvidados.
Uno se cansa de salir a buscar la
misma mujer con el cabello
largo hasta los pies.
Tal vez en eso consista el arte de la soledad:
escribir repetidas veces la isla con su cielo lila
y la esbeltez del faro que derrama su luz sobre
nuestro cabello alborotado.
Tal vez sea sólo eso: una brújula sin memoria
para el tiempo que vendrá.
Viajando en tren
Viajo en tren mirando el mar mediterráneo.
Qué delicia esta vista.
Aquí comienza el mundo: los ángeles se bañan
desnudos en el espumoso mar.
El caracol avanza hacia la cima sin contratiempos.
Un coro de piedras nos canta en el vagón
y las rosas se levantan su traje azul
para poder ver el océano sin fondo.
En el tren mi pobre silencio.
Siempre vuelvo con demasiados libros en mis maletas,
tarjetas postales y la cicatriz del tiempo.
He estado en varios trenes pero este es el más bello.
No hay nadie: solo un televisor que no me mira y una
luna que no se siente.
El mar está desnudo y es mi camino.
La jauría está lejos de mí, y este aire me limpia
con los hilos del horizonte.
No hay nadie, mi ojo es una lupa que se
escabulle bajo los pinos que crecen en el mar.
Nunca vi pinos más hermosos, largos y serenos
navegan hacia otro blancor.
Aquí no hay árboles que tumbar, solo párpados
que sortean el cautiverio de las rocas.
Aquí cantan las piedras enterradas,
los muertos que recuerdan los grandes
barcos perdidos en alta mar.
No hablo de la rosa que flota sino de la rosa que
oye el agua.
La rosa que es azul y es la grieta, el asta y el cordel
del cielo.
El cielo nos mira y nos escribe, no necesitamos
decirle nada.
El cielo tiene flores y habla de otra manera:
su fragancia viene de las redes de las islas,
de la bruma que irradia el sol cuando
abre su boca para abrazarnos.
Busco una isla con mi canoa pequeña,
desde mi bosque de sombras diviso
una llama mientras me ladra el mar.
Miguel-Ángel Zapata, nació en Piura, es poeta, crítico y traductor. Ejerce de catedrático de literaturas hispánicas en Hofstra University, Nueva York. Ha publicado recientemente tres antologías de su poesía: Hoy dejó de ser invierno por un día (Buenos Aires, 2017), La nota 13 (Bogotá, 2015), y Hoy día es otro mundo (Granada, España, 2015), y la traducción de su poesía selecta al italiano: “Uno escribe poesia camminando” (Antologia personale 1997-2015), trad. de Emilio Coco (Roma, Ladolfi Editore, 2016). También destacan los poemarios: La ventana y once poemas (México, 2014), La lluvia siempre sube (Buenos Aires, 2012), Fragmentos de una manzana y otros poemas (Sevilla, 2011), Ensayo sobre la rosa. Poesía selecta 1983-2008 (Lima, 2010), Los canales de piedra. Antología mínima (Valencia, Venezuela, 2008), Un pino me habla de la lluvia (Lima, 2007), Iguana (FCE, 2005), Los muslos sobre la grama (Buenos Aires, 2005), El cielo que me escribe (México, 2002), Escribir bajo el polvo (Lima, 2000), Lumbre de la letra (Lima, 1997), Poemas para violín y orquesta (México, 1991), Imágenes los juegos (Lima, 1987), entre otros. Su poesía ha sido traducida al inglés, francés, italiano, portugués, árabe y ruso.
En su obra crítica y ensayística destacan: Degollado resplandor. Poesía de Blanca Varela (1949-2000) (Santiago de Chile: Ed. Universitaria/ Fundación Vicente Huidobro, 2019), Vuela un cuervo sobre la luna. Muestra de poesía española contemporánea: 1959-1980 (Nueva York, 2014), La voz deudora. Conversaciones sobre poesía hispanoamericana (Con Ilán Stavans) (Lima- México: Fondo de Cultura Económica, 2013), entre otros. Vapor trasatlántico. Estudios sobre poesía hispánica y norteamericana (Lima-México: FCE-Universidad de San Marcos, 2008), Asir la forma que se va. La poesía de Carlos German Belli (Lima: Universidad de San Marcos, 2006), El hacedor y las palabras. Diálogos con la poesía de América Latina (Lima- México: FCE, 2005), Nueva poesía latinoamericana (México: UNAM, 1999), Metáfora de la experiencia. La poesía de Antonio Cisneros (Lima: PUCP, 1998), entre otros.