Poemas de Paolo de Lima
PAOLO DE LIMA
Es autor de los poemarios Cansancio (Filadelfia, 1995 y Lima, 1998), Mundo arcano (Lima, 2002) y Silenciosa algarabía (Lima, 2009), reunidos en Al vaivén fluctuante del verso (2012). Sus poemas han sido incluidos en diferentes antologías: Posdata. Tierras más verdes. Poesía peruana (Monterrey, 2011), Borealis. Antología literaria de El Dorado (Ottawa, 2011), Caudal de piedra: Veinte poetas peruanos (México, 2005), La alineación de los planetas. Siete poetas peruanos en Boston (más dos cometas itinerantes) (Cambridge, 2005), Boreal. Antología de poesía latinoamericana en Canadá (Ottawa, 2002), Memoria del II Encuentro de Poetas en Ciudad Juárez (Cd. Juárez, 1999), Aérea, revista hispanoamericana de poesía: Poesía peruana de fin de siglo (Santiago de Chile y Buenos Aires, 1998). El 2002 participó en la edición de La última cena. Poesía peruana. 20 años después (Brújula / Compass 36, New York). Ha realizado lecturas de su poesía en “Noche de poesía” (Alicante: El Refugio Café Art Nature, 2018), “Hispanic Writers Week” (Boston: Institute for Learning and Teaching y University of Massachusetts Boston, 2016), “Segunda Cumbre Poética Trasatlántica” (Boston: Tufts University, 2016), “7ma Feria Internacional del Libro de Quito” (Quito: Casa de la Cultura. 2014), “Ciclo de recitales 8 poetas 8” (Lima: Centro Cultural Inca Garcilaso del Ministerio de Relaciones Exteriores, 2012), “Recital” (Chicago: Casa de arte y cultura Calles y Sueños, 2012), “Jornada de Poesía Hispana” (Camden, New Jersey: Rutgers University, 2012), “Lectura de poesía” (Stockton, California: University of the Pacific, 2012), “Sesión Especial de Poetas Peruanos en Los Desconocidos de Siempre” (Santiago de Chile: Estación Terminal. 2011), “IV Encuentro Internacional de Poetas Chile-Perú” (Santiago de Chile, 2007), “Primer Congreso Internacional de Poesía Peruana (1980-2006)” (Madrid, 2006), “Literatura hispánica y el mosaico canadiense” (Gatineau, Quebec, 2005), “Perú Hoy. Primer Congreso Internacional de Peruanistas en el Extranjero” (Cambridge, 1999), entre otros recitales en Austin, Boston, California, Chicago, Columbus, El Paso, Filadelfia, New Jersey, New York, San Francisco, Virginia (Estados Unidos), Ciudad Juárez (México), La Habana (Cuba), París (Francia) Alicante, Barcelona, Sevilla, Madrid (España), Buenos Aires (Argentina), Santiago, Valparaíso, Temuco, Angol (Chile), Río de Janeiro (Brasil), Ottawa, Montreal, Toronto (Canadá) y diferentes ciudades del Perú. Doctor en literatura por la Universidad de Ottawa (Canadá). El 2005 obtuvo el primer premio de ensayo de la Asociación Canadiense de Hispanistas. Actualmente ejerce la docencia en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y la Universidad de Lima.
Soliloquio de la floresta
Hay una cruz natural incrustada en las ramas del parque
se muestra como la ciencia en la grieta que por ellas recuerda.
Su desbordada poesía en el pozo de los cambios
como si debajo de las creencias llamasen las aguas quietas. Pero anotar
el humo que recubre las ramas es una señal que en palabras no basta
después de a) haber tocado y dejado acariciar el humo y las ramas,
b) anotar: no hay una cruz incrustada en las ramas, c)
ahora no nace la oración, d) dijo: “pero si tú no estabas ahí”, él: “¿y eso
qué tiene que ver?”, e) se siente frío, después de conducir la mano a esto,
f) Leo este poema de Lezama: “El muchacho vendedor de estalactitas, saltamontes,
antes de dormir repasa su castillo de cuello de cristal,
la botella llena de cocuyos donde guarda los diez céntimos,
los metales antiguos, las vacías columnas,
que ahora son serpentinas que rodean a los cocuyos,
a los cien cocuyos que tiran sus frentes
contra los vidrios oscuros, desdeñosos de la corrupción”.
Una parte, arriba, a la izquierda, Parque Roosevelt, horada sus pretextos
y los tachos de basura observan como hombrecitos verdes la garúa en paralaje.
Una escritura volvió para sacudirse, levantó sus cejas
y se marchó de inmediato.
La luz de los postes juega con los insectos en el silencio de la garúa
y el vendedor de estalactitas se coló fuera de las comillas porque,
Milán, “el poema no tiene biografía / hay que hacerla”,
y ahora el precepto y la progresión y lo que el carácter arrastra
se acrecienta como si uno secundara un desfile de muertas palabras
que nacen para ser leídas.
Para ser leídas. Hay unas nubes viajeras dentro de las botellas abandonadas
ante los hombrecitos verdes, unas nubes que no saben que son un nombre
que les da una palabra. Hay ay hay ay hay unos charcos de puras gotas alrededor
de mi centro de palabras, ellas me dan su fría presencia, me dan
una reposada energía desenchufada.
En la hora cuarta, solo los árboles como gentes en su mundo paralelo
me dejan adivinarlos para conocer sus figuras.
Las lavándulas al mar de violeta pasaron manojo de las savias
debajo de la cabalgata del viento
arriba de nosotros callados paralelos brecha irreductible
palabra crítica radical puro antagonismo irracional gramática
la madre va de hecho a la puerta para pensar en un afuera
que alcanza para zurcirla en la corteza
o para hundir su sesera en el humo de los árboles.
Para no cometer bulla, vestido en la nueva temporalidad por fuera
del que ignora cantar en la madrugada
para no hacer que no sepa la hoja ante los charcos sobre el imaginado:
la acera indebida después de las estrellas.
Para no alimentar la boca nacida, palmo a palmo, en sus carnes,
cerca de las gotas necesarias de humo que me observan
después que nuestros ya no somos, pero algo
imperceptiblemente se mueve en el comienzo del habla.
La pura diferencia es una distancia al otro lado de mi voz
ya que esa diferencia mínima se hace objeto de mi pensar
o de lo que no tiene sonoridad al caer en la acera.
Las lavándulas presentan hojas opuestas, simples, enteras, dentadas, pinnatífidas
poseen fosforescencias verticilastrales
dispuestas están en pisos separados a lo largo del eje florífero
compacta estructura axilados por brácteas florales
y unas flores pequeñas cáliz tubular casi actinomorfo
acostillado con cinco dientecillos y un apéndice oblongo.
Su fruto poseía un ojo protuberante del tamaño de una caja de galletas
un ojo de color siniestro, amarillo en el centro, ardiente,
que late con un brillo que destella. El fruto se desplaza, pero no sé de dónde vino,
pero puedo verlo cerca de sus ojos, puedo verlo con mis ojos, puedo entender
el carácter irreductible la brecha irreductible de los intersticios—
una llama es rojo es azul es amarilla es fría y quema como cuando irrita
lanza un mordiscón y le muerde la cabeza a las palabras: la p es ahora una copa
la a un inodoro con la tapa levantada, la l una paloma dormida, la b una o con
un bulto en su cabeza la s un imán cuya energía mantiene con vida a los sintagmas.
Sus ojos, como aquella ave que se introduce en el hueco del árbol,
incineran las miradas.
Aquel ojo mueve las hojas opuestas y toca su textura dentada,
toca tus yemas y ellas se tocan presentando su vida
y está tu dínamo imitando poliedros y pirámides como por ejemplo
la que está por Choquehuanca—
su oído, saliva de los augurios, atraviesa la garúa
sin esfuerzo con la mínima diferencia entre la fuerza
de unas palabras escritas y el peso de estas gotas sin gotas
donde un paseante garboso esconde su predisposición con tacitas
que registran su hastío.
Pero yo no debería estar aquí.
Pero yo no debería no yo no pero
estos paseantes ya pasaron escondidos detrás de los árboles elaboran
el día que irremediablemente llega y ellos, los árboles, los veo, son árboles
y no las personas que veía conversar con sus extrañas figuras
y se hizo la ciudadanía de serenos smithizados y cierro estas palabras
y ya no están— ya se fueron . . ya volvieron.
Soliloquio del río
El día rejuveneció tarde en el calendario, tarde un lunes
logró colocar sus minutos sobre el velador
cerca a la lámpara amarilla.
Las horas llegan con sus zapatos de lodo, como casi siempre,
de los ríos sus huellas retienen lo natural en el tiempo
con sus hojas rojas naranjas verdes color tierra
y, entonces, la lámpara expulsa el sueño del amanecer,
así es, un sueño como del tamaño del universo
firme como unos troncos fluyendo entre las aguas
firme entre las aguas del río
en su fluctuante sereno dormitar.
Las horas escuchan las imágenes del sueño
dan al silencio tonos de abandono, una imagen
voltea, como casi siempre; sus elementos
caen como la arena en el reloj, caen y en el caer
se recomponen hasta ser otra imagen como unas manos
son otras manos al otro lado de una oración, un ruego
en la capa muda de la corteza de las aguas
cuando debajo discurren su realidad
y solo queda ver entre las capas del sueño
y los ríos corren con sus troncos y sus hojas multicolores
de otoño de Ottawa y Montreal, una lágrima
va de capa en capa, una tenue palabra
en el gorgoteo de los labios, y va empujada por el aire
va en el día hasta que es pronto y es todavía.
A los instantes se los reconoce cada vez con una cara nueva:
los puertos gozan con los alaridos del mar al norte
y el día recupera sus fuerzas en esas aguas
para luego regresar a nuestras vidas.
¿Los puertos gozan con los alaridos del mar al norte
y el día recupera sus fuerzas en esas aguas
para luego regresar a nuestras vidas?
El agua fluye en esta carne
que ahora palpo caminándola entre mis dedos
llevándola a mis huellas dactilares.
A veces llega sudando un fragmento del día,
una respuesta mal escuchada, un saludo inevitable,
una comida de mantel largo entre los murmullos del río.
Descansa como cuando se recibe un vaso de agua
como quien usa la sed para saberse en la vida.
Y llega como una mala señal cuya entraña apesta
llega y no sabe y no dice, como nunca siempre,
en su lugar ya el sueño pensó lo que adivina
aquel día. ¿Es natural escribir, es natural
el agujero que aparece donde no habita la escritura,
natural una herramienta hecha palabra,
callar para decir, pretender para alcanzar
la exacta huella de la idea entre los troncos del río
entre el sonido que no reconoce las palabras del mar
cuando en el norte enloquece?
Ya vimos, al remover la risa que no viene
de la intensidad de la escritura, vimos
en algún punto de tu retina siendo leída
por estas palabras, en las puertas de los labios
vimos cuando prolongadas
las piedras corrieron a la orilla,
vimos saltar las líneas en su gozo nacido.
Mientras tanto, que entierren estas palabras
las palabras que aparecen con la voz
que no se prestan ni se arrancan
y que me llamen sin mi sujeto, que ni me digan nada
hablo con la sangre del viento
la ventanilla de un tren recompone la imagen
cuando solo deseo solo observo.
Soliloquio marino del Callao
(Genio de las boyas litorales, rumoroso sol, bronceado el canto
conocedor de los remos que rompen
hasta las islas, triste es tu afán: no
quiso llamarte la mar, sube
ya solo queda ahora el susurro del viento en la pequeña lancha
aunque nada hubiera: de todo lo que deshecha
al desaconsejar la cortada
marea en la línea de los sargazos)
Una historia de franjas suaves, de húmedos atardeceres
de infiltradas piedras onduladas
como al voltear mi rostro hacia la orilla, a la noche
en la que la hierba cuece
la garúa
como cuando ni la pleamar
los caminos de la fontana
hará brotar el día
Si tuviera que escuchar este decir
con el susurro de los gaviotines
de la capucha gris
Si el ostrero no moviera el canto
lao, Figueredo,
y ella no se zambullera, al regreso de una bruma, en los 19°:
en el encarne suave, como un piquero entre las Cavinzas
aparece con tejidos de chuitas y vasos retratos
(Si me hubieras dicho qué fue
en esa tarde de Pitipiti, el Carpallo
el océano de los puertos: la herida
con el agua ya llevada en tus brazos)
El reflejo del archipiélago
de la Iglesia Matriz al Canottieri
Coro de acrotera:los kookemondingos
las xerofíticas
el arctocephalus
Esas piedras cercenadas deslizando el espumajo por el barboquejo
Así es, queridas amigas, Panarello, muelles entre las glorietas
gemas verdes, cuarcíticas palabras
sinfín de cantos rodados en que las úvulas imaginativas
enlardan
Granulometría de los tamices
de los tiros al arco de las puertas
Porque
de haber usado ese bandeaukini de licra estampada de corazones
esto es lo que parecía no ensartarse y balancear cómodamente en las
playeras, en el margen (en el canto): así iban embarulladas en el
cerco del cielo, en la energía del remo que nos apoya
Oh amigas
llenando baldes con los cantos
y gotas desprendidas de las rompientes
Olas oscilatorias
Estado del mar
Estela
como el escollo a través de la escena aciaga de tus hombros:
el fluir lamido de las algas, el espacio entre la resaca
gror tisss en el regreso vibrante del mar
desprevenido sol
gotas de sudor en el vaivén del momento
algo conocido, algo que conozco
Rociando mi frente a esas voces sentidas
Uno no sabe si está afuera pero la noche
murmura espontánea en los lagos
en la hora que regresa
ella se observa tatuada
“This music crept by me upon the waters”
la transparencia ambulatoria y fortuita
aún consigo mover un brazo, apenas uno
Susurrando por los pechos del viento
con las costumbres
acostadas en el cielo, almacenando graves rencores
despejados por nosotros. Los días, a ver,
los días y sus caminares buscones, entreverados
Todo marcha en la brisa, de esa brisa
que nos regala su obstinación
y que sin embargo buscamos interpretar
solo por la locura de enternecer la memoria
Una mirada por las huellas yuxtapuestas de la tarde,
miel de los árboles, nos han robado las huellas junto al sonido del río
repetidamente me golpeo los dedos contra mi pecho
como un tecleo desesperado hacia adentro
para hablarme en los pensamientos y sus palabras
y sí, claro, qué quieres como respuesta
mi mente /
siento mío mí / algún nombre / alguna asociación
expresada con belleza limpia por ti
La persona se hace de otros, las sumas de otros, corpus otro
con la mirada aurora arando
no arrulla esta noche mi temblor corrompido
no arrulla la aurora su color de ceniza
su sombra de nada hacia mis fuegos internos
densos, calmos, puros
oleaje en uno
rociando mi frente a esas voces sentidas
Huella descaminada
Una historia de sequías, de arrieros
de roquedales con mañanas de ceniza y de zurda arteria
como puesta en una cama, junto a un cielo
errada en la carretera de Paita
por una huella rápida, anunciado
tropiezo, observando las líneas
junto al miedo de los gendarmes
que al buscar la puerta truncan a Hölderlin
Si su transpiración alejara las carnes de la huella del bosque,
de los pájaros
y ellos se arremolinaran, a la vuelta de unas manos, en la escalera
de los pliegues de terciopelo, como una libélula entre los vidrios
con soplidos de arsénico y esencia de sogas carniceras
Marqués de Armas,
una oscilación atendiendo las rodillas en las playas
Una catedral que estira los periódicos
y se va al otro lado, resoplando los marsupiales
una catedral, un arriero de ceniza
Tu nombre por esa huella descaminada se revolvía
en el espanto, esa mancha que supura arrastrada junto al eco
de ese descarrío, de esa corteza
esa anemia desgajada descolocando la voz por el cerquillo de esta letra
y sí, querida Letra, ornada, saliendo en cuclillas
con una vela, haciendo largo el antifaz
El laberinto de caracoles donde patinan los pájaros de las ostras,
esos peces claros de los arrecifes
Si supiera reaparecer con esa tela desorbitada de espejos
tan cóncavos que anochecían hasta largarse y burbujear malamente
en los bosques, en los enredos arenosos del estío,
Huenún / Schettini, con esa aurora tenue de las playas
esa subida de los cerros / esos caminos de pieles, arrecifes y
bordas de centellas, brincar del fácil desprendimiento
de las ostras en el arrecife
natural, entre los árboles
Y Johnston dice:
A expensas del calor perdidas rocas sucumben al deseo
El viento no regresa
El día intenta atomizar / La noche recupera fuerzas
Y la tierra regresa del sueño
En un pedazo de papel: Líneas inconexas
Entre tus pasos ingresa la locura
Atisbos de la sonrisa
Al lado del jardín juegan las lluvias
Recorren la fuga gratuita del cielo
En la cama enferma muerde las sábanas
El sol arrima una silla muda en la nieve
unas cuerdas atravesadas que los puentes van despojando
en su férrea incertidumbre el río en las cuerdas del sol
fija en el cielo la tarde resolviendo los alfileres del frío—
Y no sabes esta mañana si en la intemperie los bloques del río
detenido sus palabras escriban con las sogas del sol
Tus manos son copos de nieve, rezagos de la lluvia
debajo de los árboles cuando las hormigas te dibujan
El resto viene lento y subterráneo como las aguas del río
todo aquello que separa al sol de su silla de paja
cuando borbotea un resplandor en las veredas de sal
Y estamos en la tarde al ritmo de los insectos y los peces
cuando nadie los contempla
La tarde empequeñecida en sus deberes Y sopla una duda
crece el optimismo de la pena y una nueva iluminación
rompe los hielos bajo el puente entre sus pasos y los días
que son uno mientras siga sentado resolviendo
contigo la hora del frío entre las manos de hormigas
que como dedos de miel doran la vegetación a lo largo del río
plateado como un trazo firme tenaz a dos brochazos
en el taller de tu esposa cuando te sientas con un trago
a lo largo de la calle en un collage de palabras y fantasía
palabras mudas y negras como un flaco presentimiento
cuando el sonido viene de un piano en el cd de la tarde
Y no es el sol, no hay aquí La mentira de las cosas
naufraga en un pozo abierto entre los puentes
y sus nidos de patos y otras performances
en las miradas de unos niños gatinenses tras la ventana
A los niños nadie los olvida si no es como una forma suave
como el lejano andar entre los gatos
el avión sobrevuela detenido para la foto
en su garganta la preocupación del vuelo realizado
y a veces finge sonriendo un amanecer
en el que nadie olvida ni a niños ni a aviones
entre los gatos del vuelo en tu garganta
No olvidar que se sale, Zaindenwerg,
que tenía la ventana de las carreteras
en las pastillas de estos ojos y la luminosidad de las venas
Nada de aromas, Folch, no hay tiempo
dentro del tiempo, nada más que apuntar
cuando la pierna se hunde en el río del hielo
Y los toros convergen desde tres direcciones
sus patas sobre los pastos de estos ojos, nadie,
el centro del rebote uno igual a una fila de muertes
tropel apretado en los despojos—
¿Sabes quiénes necesitan las claves a cambio de los cuchillos
de la aurora, de los toros en los centros?
Ni las paredes ni las puertas, sutil su desmoronamiento
tal vez Sanhueza ponga el pecho
como un silencio blanco sus días no contados
ese río que desde la ventana fluye bajo los hielos—
Y nada es imposible ante la furia de las maderas indias
ante las orillas escarbadas en su lecho
los cantos rodados—
solo ellos la luminosidad de las venas.
CUARTETO POR TRES:
Una historia de tropiezo, observando las líneas
junto al miedo de los gendarmes
que al buscar la puerta truncan a Hölderlin
descolocando la voz por el cerquillo de esta letra.
Una historia junto al miedo, que al buscar
esta letra por el cerquillo de la puerta
descolocando la voz de tropiezo truncan a Hölderlin
observando las líneas de los gendarmes.
Una historia descolocando la voz, que al buscar
por el cerquillo de esta letra junto al miedo
observando la puerta de los gendarmes
de tropiezo truncan las líneas a Hölderlin.
Y si hablo del desierto es de mí de quien hablo
y no tomo al desierto porque sí, es del lenguaje
de su cumplimiento en el tránsito de las arenas
de lo que hablo. Recobrarme dentro de su forma
rastrear sus límites y deficiencias –esas
son mis búsquedas, las señas que reconstruyo
para esbozar una definición, reconstruir una extraviada
imagen vista en la infancia. Y en su forma no
recobrada sigo, precisamente como si cruzara
un desierto, debajo del sol agobiante que por siempre
aborta. Pero debes seguir y encontrar
una señal que te dé la ruta, las palabras
que te definan aunque ese mismo sol las difumine
y destruya en mil pedazos dejando entre
tus pasos solamente fragmentos de ti, fragmentos
que te recuerdan esa imagen observada de niño
y de la que con nostalgia rememoras
sin recordar con claridad.
Porque esa imagen que pretendes recobrar es un documento
de la plenitud de que fuiste un ser, cuando niño,
absorto y completo en tus fascinaciones; te aferras
ahora al instante de la remembranza
mas es imposible en este tránsito bajo el sol ardiente
y tus pasos ahondando en las arenas, imposible
recobrar la imagen, y te detienes como ante una línea
en el siguiente renglón, fascinado con la ausencia del tiempo,
y esa es, lo intuyes, una recompensa que agradeces
no sabes si a las infinitas arenas, al remoto sol
o al lenguaje que tu memoria rescata.
Pero ya no hay tiempo para más, y eso lo sabes.
Nunca hay tiempo cuando recorres el desierto
y ya no sabes si descansar en el fondo de algo
o demorar las palabras en el instante de la precisión.
¿Quién de veras habla?, ¿dónde de veras existe
un desierto?, ¿en qué momento dices algo y ese algo
se instala? ¿No es de la nada que nacen las cosas?
Todo indica que sí, pero igual te cuestionas, escuchando
una voz que acaso sea la tuya. Y es que tu voz quizá
no sea tuya, pero esa es la que opera en ti
y acaba siendo tuya / para los otros. Los otros
que no están cuando te ves atravesando nuevamente
el desierto y te percatas de que al sol lo confundías
con el vacío que tu voz construye.
Y ahí tienes a la violencia, aquella que a tantos
espanta. Querer suplantar tu voz no es
una pretensión que te hayas propuesto, pero aún así
sientes esa fuerza que te vence, que más allá
de ti regresa a golpear no sabes si a ti
o a tus certezas. Las arremetidas son fuertes,
constantes, el sol se ha ocultado con la llegada
de las tormentas, y un enjambre de miedo rodea
el vacío de tu voz y dispersa los fragmentos
de esa imagen de niño que no pudiste observar de nuevo.
La escritura es una ética
Una forma [escrita] que se transmite al otro
desde mí
desde estas manos
que movilizan el lapicero
que escribe las palabras
en el papel
y que lees
desde el propio movimiento de tu mano
La escritura es una ética
una ética de la mirada
en las palabras escritas que ves
en el momento que las escribes aquí