Poemas de Teresa Orbegoso
Teresa Orbegoso. Lima, 1976. Licenciada en Periodismo. Investigadora social. Gestora cultural. Curadora. Escritora. Magister en Escritura Creativa por la Universidad Nacional de Tres de Febrero en Buenos Aires, Argentina. Posee estudios de Maestría en Creación Musical y Nuevas Tecnologías. Cuenta con un Diplomado en Creatividad Publicitaria. Ha sido becada por la OEA, el INDES BID, la Fundación Tallberg. Ha publicado los libros de poesía: Yana wayra (Ed. Urbano marginal, Lima, 2011); Mestiza (Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2012); La mujer de la bestia (Ed. Trópico Sur, Maldonado, 2014); Yuyachkani junto a la artista plástico Zenaida Cajahuaringa (Ed. La purita carne, Lima, 2015), Perú (Ed. Buenos Aires Poetry, Argentina, 2016) y Comas (Añosluz editora. Argentina, 2018). El libro Perú ha sido reeditado en Perú y Guatemala. Parte de su trabajo ha sido incluido en la antología sobre la vigencia del poema en prosa en Sudamérica: Del caos a la intensidad (Ed. Hijos de la lluvia, Perú, 2017). Ha compuesto la música para el libro La casa sin sombra del escritor argentino Claudio Archubi. Ha sido invitada a varios festivales internacionales de poesía. Reseñas sobre su escritura, sus libros y poemas aparecen en distintas revistas hispanoamericanas.
Tiene a su cargo la página de entrevistas a creadores hispanoamericanos migrantes: Migraciones poéticas. Participa del colectivo Poetas de la biblioteca en Buenos Aires, Argentina.
Su mail es:
teresaorbegoso1@gmail.com
Su blog:
https://lalluviadelosalfabetos.wordpress.com
No recuerdo. No quiero. Cómo se escribe un poema para decir: mi hermano a los tres años rapó mi cabeza y puso su excremento sobre ella. A los cinco me violó por primera vez. A los once, la tercera. Nadie me ha preguntado: Teresa, recuerdas todas tus violaciones, todos los intentos, en tu familia, en tu país, de destruirte. No. No recuerdo. No quiero. Mi cuerpo ha desaparecido. No lo encuentro. No lo reconozco. Era un juego: las escondidas, mata gente, callejón oscuro. Yo no sabía. No quería. Mi cuerpo jugaba y dejó de hacer ruido. Callado se encogió, se dobló como un pijama solitario en un rincón olvidado del placar. Las polillas, siempre fueron las polillas. Un día sin darme cuenta me hice pelusa roja de franela y floté sin sentido sobre el corazón de mi padre. Así él se volvió guayabera, cajón roto, una ruda pestilente. Mi madre tiraba el agua sucia de las flores a la vereda. La tiraba y me olvidaba. Cosía con luz, cosía a batería. Cosía su culpa. Su forma remendada no sufría. Simulaba. Siempre simulaba su maternidad. Era la niña que seguía caminando interminables cuadras para llegar a su colegio con el uniforme de la adultez. Las sábanas aparecían con sus múltiples colores, se extendían en el aire. La cama, la más importante del teatro llamado hogar. Porque todo lo que tenía nombre estaba hecho para lastimarnos. No. No recuerdo. No quiero. La pequeña sola que soy yo se borra sin colores, sin crayolas, sin muñecas. Se deshace en el sexo de mi hermano Alfonso. Alfonso, ese nombre se repite infinitas veces en mi entrepierna. Aplasta, aprieta esa pelusa roja de franela. Se atora. La escupe. La recoge. La vuelve a tragar. La desaparece. No. No recuerdo. No quiero. No sé hablar o nadie me escucha. Un derrumbe. Un golpeteo. Un himen despedazado. La pelusa roja de franela esparcida sin sentido. Tiemblo. Soy el poema naciendo en las cabezas comidas de todas las niñas abusadas. Nadie tiende una mano a la fragilidad. Nadie quiere escuchar la masticación. El atragantamiento. Ese amor. Reverberación inquietante de las voces absurdas de nuestros padres que miden nuestra inocencia como puntos inexistentes sobre las paredes. Ser un orgasmo entre caballos y vacas. Otra vez un ruido, un secreto, una familia, una polilla. Romper las máquinas de tus padres. Desviarte. Descansar. Me adormezco. No, no recuerdo. No quiero. No puedo. Busco el floripondio blanco en el jardín de mi abuela. Mi hermano ladra. Aros. Matrimonios arrojados sobre el lodo. Alguien cierra la puerta. Me han venido a buscar otra vez. Quiero salir. No sé salir del cuerpo de Alfonso. No tengo permiso. Han cerrado con llave. Han subido el volumen de la radio. Alfonso muele mi himen sobre el batán. Me saca del mundo. Soy abierta. Nadie me cierra. Mi padre respira por mi boca. Soy su catástrofe. Su obra terminada. Mi madre sopla sobre mi oído los pedazos de su propia violación. Me dice: te odio.
(inédito)
Del libro: Comas
Lima
Dibujo la sombra de mi hermano muerto. Siento su odio, su vocación para el daño. Me detengo en el lugar de sus ojos. En sus ojos hay agua, barro, olvido. Me miro al espejo: se parecen a los míos. No hay alma. La distancia entre nosotros aumenta. Es la vida, el vidrio, la astilla, el espejo. Trazo la línea de su nariz con la forma de un muro. Era lo bastante grande para hacer notar su culpa, su vergüenza. Sus labios gruesos piden agua. En ellos quedó embalsamado su abandono. Espiralado, su cabello, enredado como sus actos, renunció a vivir aquí. No hizo falta seguir, multiplicar. Su rostro existe a costa de lo desconocido. Fertilidad quebrada que llegó un minuto tarde para lo real. Su rostro se da vuelta. Solo negrura. Maraña. No hay palabras, sólo descanso. Estaciones. Velocidades. Mi guía es él, mi hermano, mi enemigo. Su coro de tigrillos encerrados en una valija. Su risa exagerada, la música insistente de su silbido, su forma chueca de caminar. Lo que debería ser oquedad, se va llenando con sus hirientes guayaberas, sus mancuernas, sus ajíes, sus arañas disecadas, sus escupitajos sobre el plato principal. Algo respira, no refleja. Tuvo su nacimiento mientras lo veía. Es Lima, la otra ciudad, la que no nos deja salir.
Lima
I draw my dead brother’s shadow. I feel his anger, his vocation for harm. I stop where his eyes are. In his eyes there is water, mud, oblivion. I watch myself in the mirror: they look like mine. There is no soul. The distance between us grows. It is life, glass, splinter, mirror. I sketch the line of his nose with the shape of a wall. He was big enough to bring out his guilt, his embarrassment. His thick lips ask for water. In them, his embalmed abandonment remained. His hair, spiraled, tangled like his actions; he gave up living here. There was no need to keep on, to multiply. His face exists at the expense of the unknown. Broken fertility arriving a minute late for the real thing. His face turns. Only blackness. Mess. There are no words, just rest. Stations. Velocities. He is my guide, my brother, my enemy. His choir of leopards shut in a case, his overblown laughter, the persistent music of his whistling, his crooked way of walking. What should be hollow keeps filling with his wounding guayabera shirts, his dumbbells, his peppers, his desiccated spiders, his spitting on the main course. Something breathes, reflects not. He had its birth while I was watching him. It is Lima, the other city, the one that will not let us go.
Del libro: Perú
Después de una guerra a nadie obliguemos a amar.
Amar, esa palabra resuena vacía, flota en el aire como si tú no la conocieras, sin poder entrar en ti. Como si no la hubieras pronunciado nunca. Y otra aparece y se repite. Un intento para que tu tierra esconda y niegue. Polvo sin oxígeno. Fuente de su poder tu herida, la herida de la hija. Fuente de su miseria tu sonrisa, la sonrisa de la hija.
Todo el Perú sumergido por una piedra de papel.
¡Oh, inocente Resígaro! ¿Quién soy yo? Soy acaso la sombra de Caral que ha venido a abrazarte. O quizá sea la fría alma de Arana que ha venido a pedirte perdón desde el Putumayo. Sé que mis manos son de polvo y mi vientre está seco como los huesos de mis antepasados. Sé que hubo un cronista que nos mintió sobre nosotros. Sé que criollos, sacerdotes, virreyes y presidentes orinaron sobre lo que fuimos. Sé que una llamada República nos consumió hasta el punto del olvido. Pero ahora estoy aquí atravesada por todas mis generaciones conquistadas y conquistadoras; esclavas, serviles y libres; heroicas y sabias; ancladas a la tierra, el mar y el fuego junto a todas sus sangres. Estoy aquí para recordar la patria invisible de la infancia. Estoy aquí para saber finalmente quiénes somos. ¿Qué ha quedado de nosotros en medio de toda la niebla de Lima? No saber cómo te llamas, ni lo que fuiste, ni lo que hiciste. Andar perdido como un cuerpo que sólo sabe surgir y que nada aprende. Han sido los ecos de la ruina mi despertar. Sea mi destino coser los pedazos descoloridos de nuestra bandera. Darle materia y forma. No desaparecer.
La piedra es pequeña y lleva escrita en ella millones de nombres.
En el Perú lo sagrado pesa y nos lastima. Como una enorme aguja invisible nos cose, uno a uno. A esa hora, en ese día, muere, como hija de los siglos, nuestra soledad. La sal como un estado de gracia. No hay Dios que hable adentro.
Uno de esos nombres es el de mi padre: Carlos Alfonso Orbegoso Velezmoro.
Bajo qué huaca oculta, este país. En qué color de piel, su marcha hacia ninguna parte. Qué aguas flamenco y zorro beben del mismo pozo. Sobre el río viaja el indio en su canoa. Árbol de la quina, tus hojas cubren nuestra falta. Pronuncia nuestro nombre. Birú Perú. No lo reconocemos. Cuánta nada hemos construido. Cuántos huaycos de palabras, como niños aprendiendo a escribir.
Él está muerto como los otros. Y me ha pedido que hable, que cuente su historia.
Repite la palabra Perú hasta olvidarla. Patria, ausencia de metáfora. Nuestros libros están escritos para no reconocernos. Nuestros libros tan blancos y nosotros tan rojos. Si alguien, quizá alguna hija, pudiera hundir la vara en el cerro nuevo. Si alguien, quizá algún hijo, quisiera mostrarnos el mar nuestro. Agrega tu nudo al quipu, entra en su poema.
No hay descanso para el que trabaja, para el que no ha sabido más que hacer eso toda su vida.
El cuerpo peruano. Zurcido complejo, trepanación, neblina húmeda de los sin nada y sus cuatro vientos. Nuestro embrión no debe ser sólo músculo. La fuerza aniquila a los mejores. Habrá que huir de su temperamento sordomudo. Pasarán los siglos y nuestro espíritu divagará dentro de la lenta sangre del pulso militante. Ahora vuelvo. Yo venía del averno y te encontré cielo abajo sumergido como tantas otras almas que se habían perdido en su oración. Ahora como el río que habla callaré y nunca más prenderé la música de nuestra ucronía.
En la otra vida, padre, sigues trabajando, no sabes pintar, ni componer, ni escribir un poema.
Perú, marchó con tus vivos, con tus muertos. Sobre el Pacífico, que recoge el río de los que pronuncian palabras privadas de amor. Camino a izar la bandera de nuestro castigo, salgo de ti, caigo sobre el peso de mi destierro. Mi alma cruzada por oveja, mono y gallinazo. Una sílaba la retiene. En ella, más grande la semilla que el maíz hacia al sol. La niña sola se comunica. Sin palabras, se piensa y se sumerge.
La fotografía de tus cinco hijos cae en un pozo oscuro y profundo. Haz olvidado sus caras, su manera de caminar, de comer, su edad, pero tu amor sigue intacto.
Perú no: tus culturas te caminan: llegan juntas, serenas, insoladas y temblorosas, vienen tenebrosas tus culturas.
Tus culturas quebradas, como el carozo carcomido y amargo, como un cielo enterrado en la semilla del maíz, sin verbo, sin rastros europeos, sin compasión: leves, líquidas, embotelladas, sangradas culturas. Culturas neblina. Culturas guano. Casi culturas.
Padre, soy la mujer que fue aplastada por un sonido.